Esos días que se creen más importantes que otros,
que nos hacen creer que los demás serán igual que ellos.
Esos días con ínfulas de meses, de vidas,
que se creen que no podremos ser nunca felices
solo porque un día lloremos.
El otro día me encaré con uno,
le enseñé aquella tristeza que fracturé en un verso
la tarde en la que un solo mensaje
me hizo querer vivirlo todo
justo después de haber querido estar muerto.
Lo malo es que esos días a veces
consiguen convencerme a base de recuerdos:
los saben ordenar de tal manera
que hacen que mi propia vida me dé miedo.
Intento hablarles del futuro que me espera,
pero hasta yo sé que el futuro nunca es un buen argumento.
Esos días me ganan
y les creo,
pero qué gusto da recordarlos después
y reírse de ellos,
tacharlos con fuerza en el calendario,
ver lo ridículo y absurdo que es
visto desde lejos el tiempo.
Qué gusto da pararse a pensar
también los días buenos,
escribir poesías sin demasiadas ganas
por el deber de preparar para los otros días un buen argumento,
para esos días que se creen tan importantes
a pesar de que mi vida al final siempre ha podido con ellos.