Puedes hacer dos cosas a la vez.
Muy bien, pero no las hagas.
Ahora solo estate junto a mí un ratito,
que de vez en cuando a mí también se me acaba la esperanza.
Dime que me quieres, pero dilo
como cuando no sabías de lo que hablabas,
dilo con aquellas ganas de futuro
que te hacían a veces meter la pata.

Antes también podías hacer dos cosas a la vez,
cogerme de la mano a la vez que me mirabas.
Ya sé que ahora no podemos estar tanto tiempo juntos,
pero eso no implica que separarse haga falta.
Si puedes hacer dos cosas a la vez,
¿por qué no estás aquí mientras no estás, en esas noches tan raras?
Es verdad que ya lo sabíamos
cuando los recuerdos nos tiraban de la camisa por detrás y nos frenaban.
Es verdad que la vida algunas veces venía con nosotros
para recordarnos que la tendríamos luego siempre entre las sábanas.
Por eso ahora no debería quejarme
de lo que ya sabía antes de que todo empezara,
pero es que me enamoré de ti
porque tú siempre tenías un «ya verás» en la manga.

Y ahora sé que me quieres más que entonces,
pero a veces las dudas y el amor parecen ir en dirección contraria.
Por eso necesito que sean otra vez para mí
las dos cosas a la vez que hagas.
Que no te baste solo con quererme tanto,
que también finjas un momento que la vida no te importa nada,
aunque sea solo en estos momentos tan tontos
en los que, cuando menos motivos tengo, más pierdo la esperanza.
Así, como entonces, me dirás mientras me quieres
«Ya verás como todo lo malo pasa»,
«ya verás como quererse podrá con todo»,
aunque el amor te siga recordando que hay cosas que se acaban.
Y después me abrazarás mientras me quieres
y yo sentiré de nuevo que abrazar no implica que alguien se vaya.

Y así podremos volver a atender la vida,
que ya miraba el reloj algo enfadada.

Tú me has hecho ser lo que siempre he querido ser
pero no sabía cómo.
No era decir cosas distintas,
era decir lo mismo, pero de distinto modo.
No era olvidar todos mis sueños,
era saber soñar también con los ojos.
Podía ser como siempre había querido:
bastaba con no sentirme más solo,
bastaba con que dejara de pensar cosas malas
yo que siempre encuentro maneras de tener la razón en todo.

Me enseñaste a partir la vida
porque es más fácil de manejar en trozos.
Me enseñaste que es más fácil ordenarla
por objetivos que por sueños rotos.

Me has hecho ser lo que siempre he querido ser
sin cambiarme, dejándome que me diera cuenta solo,
queriéndome simplemente
porque el que se siente querido puede siempre con todo.
Tenía las herramientas y las esperanzas para ser feliz,
pero faltaba que llegaras tú
y que creer en mí me enseñara cómo.

Y así me enseñaste que bastaba con mi corazón para ser feliz,
que no hacía falta otro.
Y así ahora soy quien siempre he querido ser,
así por fin he comprendido que siempre lo he tenido todo,
que solo me faltabas tú,
que me faltabas tú solo.

Pues sí se podía estar un año sin ella
y muchos años más sin él.
Pero o pienso que todo está ya establecido
o me da rabia pensar todo lo que la muerte me ha hecho perder.
Todo se supera;
la vida sigue avanzando más rápido cada vez.
Y ya no es la impotencia de la ausencia,
es el enfado de haber gastado un año más aprendiendo a perder.

No es que se hayan ido.
No es que ya no estén.
Es que cuando estaban, porque estaban,
la vida estaba bien.
Todo parecía completo
y sonaba muy distinto preguntar por qué.

Ahora aquello ya está lejos.
La vida, como siempre, se ha adaptado bien,
como una esponja espachurrada en la mano
que al soltarla vuelve a crecer.

Tú a tu ritmo, yo al tuyo.
No puedo despegarme de ti.
Sigue corriendo, yo te sigo.
Salgamos juntos ya de aquí.

Yo a tu ritmo, tú al tuyo.
No sé lo que entendía antes por vivir.
No darte las buenas noches
era una de esas cosas raras que se me solían ocurrir.

Tú a mi ritmo, que es el tuyo.
¿Cómo puedes estar tan enamorada de mí?
Si yo creía que esas cosas solo me pasaban
a mí cuando te conocí a ti.

Tú a tu ritmo, yo te sigo.
Tranquila, que no me despego de ti.
No soy tan tonto de dejar alejarse
a mi razón de vivir.

Yo a mi ritmo, tú me sigues.
Los dos estábamos hechos para coincidir.
Bastó que se cruzaran nuestras miradas.
No hizo falta ni que dijeras que sí.

Tú a tu ritmo, yo al tuyo.
Seguirte a ti es que tú me sigas a mí.
Nuestro ritmo es exactamente el mismo,
igual que nuestra forma de existir.

En el autobús leyendo a Simic

Haber llegado antes.
A veces en la vida tratamos a la gente nueva
mal.
Porque estamos cansados de esperar quizá,
estamos cansados ya del viaje.
Porque nos molesta ser siempre los primeros
que llegan a todas partes.

Haber llegado antes.
A veces tratamos a la gente como a quien se sube al autobús
y no le dejamos el sitio
por haber llegado tarde.
No entendemos en ese momento
que no es lo mismo que en misa o en una conferencia.
En la vida cada uno se nos sube en su parada.
No tiene por qué venir desde el principio.

Pero nosotros, que encima somos buenos,
no les dejamos el sitio
porque nos enfada que hayan llegado tarde.
Nos enfada incluso que quieran sentarse a nuestro lado
donde hemos puesto las bolsas con los sueños.

Y decimos: «Haber llegado antes».
Y no pensamos que la gente en la vida
llega cuando tiene que llegar.

Tápate un poco, que se te ve el corazón.
¿no querrás ir enseñándolo?,
que hay gente que puede ilusionarse al verlo
aunque no se haya enamorado.
No siempre vas a encontrar a gente como yo,
gente que sepa de verdad apreciarlo.
Puede que yo no fuera la persona indicada,
pero eso no significa que fuera malo.

Tápate un poco el corazón.
No vayas a encontrar a uno como al que tanto has odiado.
Tápate el corazón, que habrá gente
que te hará entender por qué yo luché tanto,
por qué luché tanto por lo nuestro
a pesar de que se veía que no iba hacia ningún lado.
Tú no te tapabas bien el corazón
y yo creía que era mío solo por poder tocarlo.

Tápate un poco, que se te ve el corazón.
No vaya a ser que alguno se crea algo,
que algunos sentimos que nos quieren
solo porque nos estén mirando.

Tápate un poco el corazón
y que te quieran antes de tocarlo.
No enseñes tan pronto lo mejor de ti,
que el que lo quiera luche por alcanzarlo.

Yo también me taparé el corazón,
aunque yo suelo llevarlo siempre tapado,
pero ahora no será para que luchen por él,
será para que nadie pueda encontrarlo.

Yo no voy a poder sacarte de aquí.
No me mires con esos ojos de amor.
Me puedes querer mucho, puedo ser perfecto,
puedo incluso entender tu dolor,
pero no voy a poder sacarte de aquí;
ni siquiera podré salir de aquí yo.
Puedes creer que soy la mejor persona del mundo,
pero, aunque lo fuera, en este mundo no importa ser el mejor.
Te parezco inteligente.
Tengo respuestas a preguntas sin solución.
Pero no podré sacarte de aquí;
disimulo bien, pero algún día descubrirás que no.
Descubrirás que no puedo sacarte de aquí,
porque yo entiendo bien la vida, pero hago que se entienda peor,
porque yo doy esperanzas
para que el que al final dé la mala noticia no sea yo.
Pero a ti no te puedo mentir,
y menos si me miras con esos ojos de amor.
Si me quieres, quiéreme,
pero que no sea porque puedo calmar tu color,
que no sea porque consigo lo imposible,
sino porque hago que lo posible sea mejor,
que sea porque sé que hay cosas que no puedo,
pero por ti las hago antes de que la vida me diga que no,
que sea porque yo no voy a poder sacarte de aquí,
pero haré que sientas que es de otro sitio mi amor,
que sea porque tú tampoco me puedes sacar de aquí,
pero sabes que, si saliéramos, saldríamos juntos los dos.

Lo que escuece no es que nos dejen,
es que la persona se queje de las cosas que hemos hecho mal.
Dan ganas en esos momentos
de contraatacar,
de decir que la otra persona también ha tenido errores.
Posiblemente más.
Pero entonces caemos en la cuenta
de que eso es lo peor al final:
que no nos dejan porque nos hayamos equivocado,
sino porque no nos querían en verdad.
Por eso no sirve de nada
sacar todo lo malo y protestar,
intentar convencer a la otra persona
de que no es justo porque ella ha hecho más cosas mal.
No. Como mucho podríamos quejarnos
de que no haya sabido aguantar.
Pero si no ha sabido no es porque sea mala persona,
sino simplemente porque no llegó a querernos de verdad.
Si lo hubiera hecho,
por ningún motivo nos habría querido dejar.
Casi, por mucho que escueza, habría que agradecer
que se haya tomado la molestia de explicarnos por qué se va.
Pero lo mejor siempre, cuando se crea que el motivo es injusto,
es dejar que la persona se vaya. Y ya está.