Te empeñaste en ser la protagonista de mi vida,
aunque fueras la mala
Elvira Sastre

Sé que uno es el malo de la historia
dependiendo del punto de vista desde el que se le mire.
Por eso intenté darle la vuelta a todo,
intenté ver que yo no tenía que ser el bueno
solo por haber acabado más triste.
Intenté ver que es que fui algo pesado,
que no entendí que hay gente que empieza a querer,
pero para la que su vida sigue.
Intenté ver que fui un poco exagerado,
que no seguí los tiempos que generalmente se exigen.
Intenté ver qué reglas me había saltado,
de esas que nadie cumple, pero que siempre se dicen.

Pero no vi nada.
Me siguió pareciendo que por mucho que dijeras no me quisiste.
Y en todas las historias el malo
es el que impide
que todo salga como tiene que salir,
como el público en general pide.
Y por mucho que intenté ver si yo impedí algo
no vi más que continuidad en lo mucho que te quise.
Enfadarme si tú no me querías
era como protestar cuando se va el sonido en el cine.

Puede que tú me veas
como el que se empeñó, por tener prisa, en que el final fuera triste,
como el que quiere llegar al final demasiado pronto
sin que el argumento entre medias lo explique.
Pero yo soy incapaz de verlo así,
para mí vivir deprisa no quiere decir que el final se anticipe.
Para mí ir deprisa implica
que hay más cosas que se viven.
Y querer vivir más con la persona que se quiere
no puede ser malo, se mire desde donde se mire.

El problema no es estar solo.
Hay mucha gente que es feliz estando sola.
El problema somos los que estamos solos y empezamos a creer
que estamos así porque hacemos mal las cosas.

El problema somos los que nos vamos viendo tentados a pensar
que ser sinceros es de gente tonta,
que no se debe hablar con el corazón,
que eso rara vez enamora,
que somos demasiado blandos,
que no pasa nada por estar sin hablar unas horas,
que echar de menos es raro,
que es de gente que no tiene vida, que no se distrae con otras cosas.

El problema somos los que nos exigimos demasiado
y siempre nos estamos poniendo notas
y la asignatura a la que más valor le damos
es a la de la opinión que de nosotros creemos que tienen otras personas.

El problema no es estar solos.
El problema somos los que pensamos
que eso significa que nadie nos soporta,
los que no sabemos ver más allá
con lo listos que somos para otras cosas.

Lo bueno es que al final así encontramos
a la persona que de verdad nos valora,
a la que sabe apreciar nuestras torpezas
y sabe ver que fingimos cuando hacemos como que no nos importa.

Es verdad que es un problema no saber estar solo,
pero peor aún es estar con la persona errónea,
peor es estar con alguien con quien no poder hablar con el corazón,
algo que puede despertar admiración, pero que desde luego no enamora,
peor es no echar de menos,
tener una vida vacía, pero con una actividad cada hora.

Es fácil hacer que alguien nos necesite.
Lo malo es que eso puede llegar y hacerlo mejor
cualquier otra persona.

Por eso lo mejor es ser uno mismo
para que la persona con la que estemos no pueda encontrar nunca
lo mismo en otra.

Y es que el problema somos los que escondemos nuestros tesoros
para que nos aprecien los que valoran las cosas tontas.
Menos mal que al fin y al cabo esos nunca nos interesarán
porque en el fondo sabemos que siempre nos hemos puesto buena nota.

Lo intento. De verdad. Lo intento.
Doy una vuelta y otra,
repaso todo lo que he hecho.
Salgo a la calle, miro,
me encierro en mi cuarto, leo.
Escribo, escribo, escribo.
Lo intento.
Hasta estoy enamorado.
Hasta me he aprendido de memoria alguno de esos versos.
Pienso continuamente.
Hace bastantes sueños que no duermo.
He dejado de pensar en los que no vuelven.
Es imposible aprovechar más el tiempo.

Pero no lo veo. Me toca por detrás
y siempre me giro demasiado lento.
Estoy demasiado distraído.
O demasiado atento.
No sé si podré algún día.
Yo no sirvo para esto.
Tengo mi vida en las manos
y la noto como si fuera pegamento.
He dejado atrás muchas cosas,
pero cada vez hay menos sitio para lo nuevo.
Soy quizá quien quise ser
o tal vez todo fue porque temía llegar a esto.
Me da igual.
Yo lo intento.
Ya me giraré más deprisa
cuando esté despierto.
Ya lo conseguiré alcanzar
el día de mi nacimiento,
cuando entienda que intentarlo la primera vez
es ya un gran acierto.

Pues al final yo no era tan difícil.
Al final sabía querer igual que todos.
Soy raro, sí, y me enfado a veces,
pero nada que no vea que hacen otros.
¿Por qué no había encontrado a nadie antes?
Quizá porque nadie me había mirado de este modo.
Quizá porque hay poca gente que sepa distinguir
entre lo que dice uno y lo que siente en el fondo.
Quizá porque no supe venderme en estos tiempos,
y los que no vemos el mundo como una transacción somos muy pocos.
Quizá porque yo nunca he sabido mentir
y antes de presumir he preferido siempre emborronarlo todo.
Quizá porque siempre me he exigido demasiado
y creyéndome abocado a estropear mi mundo
he preferido estropearlo solo.
Quizá porque hasta que tú llegaste
siempre había creído que los demás me consideraban tonto.
Quizá porque solo tú entendiste que no basta con quererme,
que había que hacer que me dejara querer por otro.
Y eso no era tan difícil
o al menos no muy complicado en el fondo:
era ir limpiando cada día,
tarde a tarde, trozo a trozo,
las lágrimas grises que guardé en mi corazón
cuando cada golpe de la vida me parecía una razón más para estar solo.
No era tan difícil.
A ti desde luego te costó muy poco.
Me demostraste que quererme yo era quererte más a ti,
era querernos más a nosotros.

¿Qué me pasa?
¿En serio no hay manera de que me libre?
¿No hay posibilidad de que me acuerde
de todas las cosas que me hacen feliz
cuando estoy triste?

¿Cómo se llamarán esas cosas
que uno nunca recuerda aunque no las olvide?
¿Adónde huirán
en cuanto notan el peligro de que las necesite?
¿Por qué siempre parece más cobarde
todo lo sensible?

¿Qué me pasa? ¿De verdad no he conseguido
ni que esas partes de mí a las que les interesa que yo esté bien
me auxilien?
¿Acaso me guardan rencor?
¿Acaso no saben que lo que tanto daño les hizo
a mí estuvo a punto de destruirme?

No sé. Quizá yo mismo las escondo
cuando me pongo triste
para que no las dañe la tristeza con su forma
de explicar tan bien que existen cosas imposibles.
Quizá debería estar más orgulloso de mí,
a pesar de estar a veces tan triste,
y entender que si lo estoy es porque escondo mis ganas de vivir
para que sigan creyendo que cualquier cosa es posible.

Paso de mí.
A veces no me hago caso.
Me es difícil aguantarme
todo el rato.
Que sí, que sí,
que todo lo que hago al final resultará ser malo.
Que sí, que debería ser mejor,
que debería leerme todos los libros de mi cuarto.
Pero paso de mí,
que me sé poner muy pesado.
No me extraña que crea
que la gente se busca excusas para mirarme de lado.
Soy injusto.
Me exijo demasiado.
Muy pocas veces me premio.
Y luego me quejo de que la vida no premie
a los que nos esforzamos.

Lo pago todo conmigo.
Por eso a veces paso.
Me ignoro a mí mismo y no me reconcilio
hasta que no ha pasado un rato.
Al final siempre cedo
y admito que es mejor ponerse siempre en lo malo.
No es difícil convencerme:
basta con mirar a mi ventana
y ver todos los sueños que no la atravesaron.
Pero no hace falta recordarlo siempre;
no hay que ponerse tan pesado.
Es mejor a veces pasar de mí,
que el resto del tiempo me doy la razón demasiado.

No eran las peleas,
sino las reconciliaciones lo que hacía daño.
Pero yo las necesitaba, las necesitaba.
Debería empezar a sospechar de lo que es tan necesario:
puede ser crucial para la vida,
pero generalmente no es más que un engaño.
¿Era crucial para mi vida?
¿Pude vivir después de que todo hubiera acabado?
Sí,
pero todavía la estoy olvidando.
¿Alguna vez tu corazón ha llegado a olvidar
que debe seguir palpitando?
No lo sé, a veces noto
como si, desde que se fue ella, palpitara más despacio.
Ir más lento no es olvidar,
es recordar sin que el futuro haga daño.
El futuro ahora mismo
es lo único con lo que me siento a salvo.
Entonces es que viviste
cruelmente engañado.
Cada pelea te lo quería decir,
pero el problema de los gritos es que siempre quedan como los malos.
Y las reconciliaciones aprovechan
para seducirnos cogiéndonos entonces de la mano.
Y tú las necesitabas en ese momento, sí,
pero la vida es mucho más larga de lo que parece
cuando creemos que hemos acertado.
Lo suficiente para hacer comprender
por qué eran errores los aciertos del pasado,
por qué era mejor perder
cuando ganar era encerrarse en un triunfo sin resultado.
Ahora entiendo.
Por eso siempre acababa con heridas en las manos.
Hay caricias que no duelen
porque se camuflan tocando por otro lado
y para que no escuezan las cicatrices
es necesario que se sigan camuflando.
Hay que buscar entonces el amor
que sea perfecto sin ser necesario.

Dímelo otra vez, sí.
Me quieres, me quieres, me quieres.
No importa que diciéndomelo
me hayan engañado tantas veces.
Tú lo dices de una manera tan especial…
Podría ser mentira, pero sé que al menos mientras lo dices lo sientes.
Y yo ya me conformo con eso,
con las palabras que son verdad un segundo
aunque luego se desorienten.

Dímelo otra vez, sí.
Me gusta saber que hay al menos un segundo en que me quieres,
aunque luego se te olvide,
aunque luego nada sea lo que parece.
Pero contigo suena a verdad,
suena a que, aunque no lo digas, me quieres,
suena a que por fin he encontrado a la persona
a la que no tendría que insistir para que lo dijera tantas veces.

Pero dímelo otra vez.
Me quieres, me quieres, me quieres.
Que al menos esos segundos pueda sentir
que merece la pena que siga siendo fuerte.

Tal vez debería haber sabido mentirte.
¿Qué me habría costado decirte que podía esperar?
¿Por qué me entró tanta prisa de repente?
¿La última vez no había acabado tan mal?
No sé. Eras distinta.
Por primera vez al equivocarme no me entraban ganas de llorar.
Y además no me entró la prisa, me entraron ganas.
El tiempo y el deseo a veces se distinguen mal.
Tal vez me debería haber callado.
¿Tanto me costaba aguantar un poco más?
Pero es que era la primera vez que después de todo
me daba cuenta de lo que significaba decir te quiero de verdad.
Te lo tenía que decir. Las palabras se peleaban en mi boca
y no había ni un recuerdo que pudiera echarlas para atrás.
Bastante hice malgastando versos
para deshacerme de palabras demasiado bonitas que te pudieran asustar.
Tal vez debería haber sabido
que tú eras distinta, sí, pero que yo era el mismo que asustó a las demás
y que era probable que tú tampoco entendieras
lo que yo era capaz de imaginar tan pronto,
por mucho que esta vez fuera real

Tal vez me debería haber callado, sí,
pero no lo hice. Ya se sabe que yo lo hago todo fatal.
Pero quizá porque lo hago todo mal tú te quedaste.
Eras de las que no se asustan porque las quieran de más.
Eres de las que no temen que las quieran demasiado
porque siempre tienes dentro amor con el que contraatacar.
Y así no te asustaste cuando te dije tantas veces que te quería.
Solo dijiste que me guardara algún te quiero por lo que pudiera pasar.
No había prisa. Tú me hiciste comprenderlo
al enseñarme que lo que parecía prisa era en verdad inseguridad.
Y que si me pongo tan nervioso siempre al principio
es porque siempre me ha dado mucho miedo el final.
Pero contigo es distinto: contigo no hay principio,
porque no tiene principio lo que siempre ha sido real.

¿Por qué te da pena
no haber estado conmigo cuando estuve triste?
¿No te das cuenta de que ahora estás,
ahora que era más fácil que todo empezara a confundirse?

Sí, lo pasé muy mal.
Te habría abrazado como cuando uno aún cree que es evitable despedirse.
Mis lágrimas te habrían parecido granizo
de lo fuerte que lloré para entender lo que es morirse.
Pero no importa. Eso pasó.
Parece que fue suficiente con lo que hice.
Conseguí estirar la pena para que, aun durando más,
cada día fuera una dosis asumible.
Y cuando ya empezaba a ser demasiado larga,
cuando ya estaba harto y empezaba a arrepentirme,
cuando cada día era una prueba más de lo tonto que es vivir,
apareciste.

Por eso, que no te dé pena
no haber estado conmigo cuando estuve tan triste.
Tenía que superarlo yo solo
para que tú llegues ahora con fuerzas para revivirme.

Lo pasé mal, sí.
Te diría que fue terrible.
Pero que no te dé pena.
Quédate con que no hay nada imposible.
Quédate con que estás con la persona que te querrá para siempre
porque ni la muerte fue capaz de destruirle.