¿Le debería decir:
«Oye, te seguí recordando.
No te creas que te olvidé al momento»?
¿Le debería decir:
«Sí, ahora estoy mucho mejor,
pero me costó incluso querer estar bien bastante tiempo»?
¿Le debería decir
que aprendí mucho con ella,
que quizá hasta esto se lo debo?
¿Debería decirle que ella tenía cosas buenas,
pero que ni yo ni aquellos años éramos los indicados para verlo?

O debería callarme y dejar
que la decepción siga borrando los recuerdos,
aceptar que el final fue muy triste
para tener una buena excusa que nos libre de tener que comprenderlo.

Le debería decir:
«Oye, estuvo muy bien.
Lástima que fueran tan distintos nuestros sueños.
Me habría encantado vivirlos contigo,
pero sé que juntos nunca habríamos llegado a ellos».

O tal vez debería callarme y asumir
que también ella, a pesar de todo, me olvidó hace tiempo.

No voy a seguir insistiendo.
Tú verás.
Ya sé que no siempre es cómodo
vivir con alguien que solo tiene ganas de soñar.
No estás enamorada de mí.
Da igual.
¿Para qué seguir insistiendo en que me acompañes
si ya sabemos que, aunque vayamos al mismo sitio,
nunca va a ser al mismo lugar?

No voy a seguir insistiendo.
Me temo que tú también vas a tener que asumir
que puedes fracasar,
que no solo los que soñamos a todas horas
invertimos en algunas personas tiempo de más.
Me temo que me echarás de menos.
Porque, aunque no es cómodo, siempre da esperanzas
vivir con alguien que encuentra algo bonito
en cualquier parte a la que va.
Me temo  que pasarás por alguno de nuestros sitios
y lamentarás brevemente que nos tuviéramos que separar.
Y, aunque estarás menos triste que yo por ello,
sentirás que al final eres tú quien ha perdido más.

Y no pasará nada, porque no has estado enamorada de mí.
Y yo no era de ti de quien me tenía que enamorar.
Ya somos mayorcitos para saber que en la vida
tener que insistir demasiado en algo
es un claro síntoma de estar perdiendo la verdadera oportunidad.

Dímelo otra vez, sí.
Me quieres, me quieres, me quieres.
No importa que diciéndomelo
me hayan engañado tantas veces.
Tú lo dices de una manera tan especial…
Podría ser mentira, pero sé que al menos mientras lo dices lo sientes.
Y yo ya me conformo con eso,
con las palabras que son verdad un segundo
aunque luego se desorienten.

Dímelo otra vez, sí.
Me gusta saber que hay al menos un segundo en que me quieres,
aunque luego se te olvide,
aunque luego nada sea lo que parece.
Pero contigo suena a verdad,
suena a que, aunque no lo digas, me quieres,
suena a que por fin he encontrado a la persona
a la que no tendría que insistir para que lo dijera tantas veces.

Pero dímelo otra vez.
Me quieres, me quieres, me quieres.
Que al menos esos segundos pueda sentir
que merece la pena que siga siendo fuerte.

¿Por qué te da pena
no haber estado conmigo cuando estuve triste?
¿No te das cuenta de que ahora estás,
ahora que era más fácil que todo empezara a confundirse?

Sí, lo pasé muy mal.
Te habría abrazado como cuando uno aún cree que es evitable despedirse.
Mis lágrimas te habrían parecido granizo
de lo fuerte que lloré para entender lo que es morirse.
Pero no importa. Eso pasó.
Parece que fue suficiente con lo que hice.
Conseguí estirar la pena para que, aun durando más,
cada día fuera una dosis asumible.
Y cuando ya empezaba a ser demasiado larga,
cuando ya estaba harto y empezaba a arrepentirme,
cuando cada día era una prueba más de lo tonto que es vivir,
apareciste.

Por eso, que no te dé pena
no haber estado conmigo cuando estuve tan triste.
Tenía que superarlo yo solo
para que tú llegues ahora con fuerzas para revivirme.

Lo pasé mal, sí.
Te diría que fue terrible.
Pero que no te dé pena.
Quédate con que no hay nada imposible.
Quédate con que estás con la persona que te querrá para siempre
porque ni la muerte fue capaz de destruirle.

Deja un rato abierto, por favor,
que entre un poco de tiempo.
De vez en cuando hay que ventilar,
que los segundos enseguida huelen demasiado a recuerdos.
Y no está mal recordar,
pero es mejor hacerlo en un sitio abierto,
donde el aire no se mezcle
con lo que va llegando nuevo.

No, no cierres todavía.
Sí, soy joven, pero en mi cuarto los años pasaron más lentos.
Los que nos entusiasmamos con las cosas
tenemos el problema de crear demasiados recuerdos.

Ya se puede respirar mejor, ¿no crees?
Yo no me daba cuenta mientras estaba dentro.
En verdad fuiste tú la que lo notaste:
el aire de mi cuarto estaba un poco denso.

Sí, ya va haciendo un  poco de frío.
Tranquila, tú quédate ahí. Yo cierro.
Contigo a mi lado no se me olvidará
ventilar cada vez que me cueste moverme por el tiempo.

Y, cuando se vuelvan contra nosotros
los recuerdos que juntos vayamos construyendo,
saldremos fuera a respirar
para que en el aire parezca que son menos.
Así el futuro que nos quede por delante
siempre tendrá un aroma fresco.
Y así vivir será siempre avanzar juntos
aunque juntos poco a poco nos vayamos yendo.

Soy una decepción.
Quizá te imaginas que soy valiente,
que me enfrento de verdad a mis recuerdos
cada vez que escribo que los olvidé para siempre.
Pero soy una decepción.
Lo único que se me da bien es esconderme
y conseguir que no me encuentre nadie
a pesar de que todo el mundo en mis versos podría verme.

Soy una decepción.
Sigo dando abrazos demasiado fuertes.
No aprendo a perder.
Sigo sin creer en la muerte.
Léeme lo que quieras, pero no te ilusiones conmigo.
Yo no daré la vuelta al mundo para entenderme.
Yo soy una persona que escribe
justo a la hora en la que toca ser fuerte.
Por eso siempre tengo una excusa para escribir:
un día malo, una pena, un domingo, incluso una muerte.
Cualquier cosa con tal de hacerme el normal,
a pesar de sentir que así estoy decepcionando a la gente.

Pero ahora lo digo: soy una decepción. No te ilusiones.
Que no te engañe que algún verso mío parezca conocerte.
No te fíes de mí. Soy una decepción.
Escribo en futuro el pasado y en pasado el presente.

O quizá seamos todos una decepción
y es serlo lo que nos une a todos aun siendo diferentes.
Quizá lo que más te guste de mí
es que después de todo me asuste que puedas conocerme.

Invéntame.
No me pidas que sea como quieres.
Invéntame.
Hazme una creación tuya.
Que yo sepa cuándo quieres que haga algo,
que no lo intuya.
Invéntame.
Que todo sea por ti,
que nada haga que sufras.
Si ves que no puedo contentarte,
invéntame,
que por ti puedo desaparecer de nuevo
para que me descubras.

Me paso el día dando consejos a otros
y luego no soy capaz de dármelos a mí.
Y el primero que debería cuidarse soy yo,
soy el primero que debería darse cuenta de que no basta con sobrevivir.
¡Qué pesado soy con que puedo con todo!
¡Qué miedo tengo de que equivocarme me explique qué hago aquí!
¿Cómo puedo analizar tan bien los problemas de otros?
Será porque los tengo todos dentro de mí.
«Tienes que asumir tus limitaciones», le digo a alguno.
Y yo no asumo ni que un día me voy a morir.
«Cuanto antes la olvides, mejor», le digo a otro.
Y yo la olvidé, sí,
pero no la olvidé por decisión mía,
el tiempo tuvo que tomar la decisión por mí.
«Lo importante —digo siempre—
es que hagas lo que hagas seas feliz».
Y yo no es que no haya sido feliz ni un día
es que siempre he descartado por principio vivir así.
Siempre he creído que ser feliz sería
lo que acabaría extirpándome los sueños de las ganas de vivir.

Y así voy dándole consejos a la gente,
mientras yo los esquivo para no asumir
que soy como todos, que necesito ayuda,
que puede que entienda cualquier problema,
pero que no sirve de nada si no me entiendo a mí.

¿Te ayudo a subir? ¿Puedes?
Yo he subido aquí mucho.
Me subo cada vez que no entiendo nada,
lo cual me pasa a menudo.
No suelo subir con nadie.
Vengo cuando estoy enfadado con el mundo,
cuando no entiendo por qué quiere tener a alguien como yo
que se lo debe todo, pero que no quiere seguir siendo suyo.
Mira qué vistas. ¿No te parece
que se ve todo más claro desde aquí, desde el futuro,
sin la presión de tener que vivir,
viendo los supuestos fragmentos de nuestras vidas todos juntos?

¿Te quieres bajar ya?
Yo suelo estar más tiempo cuando subo.
Me gusta quedarme mirando cómo no pasa nada.
Pocas veces me aburro.
Pero lo entiendo:
no es cómodo ver cómo es todo de absurdo.
Yo por eso cuando bajo trato de olvidarlo
y, si no puedo, disimulo.

Vuelve a subir cuando quieras.
A veces viene bien saber lo que es uno,
viene bien irse al final del todo
para entender que todos los puntos son como el último.
Yo hoy me quedaré un rato más,
pero estoy bien; es solo que a veces me asusto,
me creo demasiado que avanzamos al vivir
y no entiendo que no hasta que no vengo y me subo.