—¡No te vayas!— le dijo,
pero ella se fue
y su sombra se quedó mientras se iba
clavada en una hoja de papel.
—¡No te vayas!— le dijo a otra,
pero aquella también se fue
y el llanto se quedó como una sombra
embadurnado en su piel.
Un día le dijeron «¡No te vayas!»,
pero él se fue
y notó al marcharse que dejaba
una sombra detrás de él.
Pensó entonces que el amor siempre se acaba
y pensó que era mejor no querer.
Y así ya nadie le pidió que no se fuera
y tampoco lo tuvo que pedir él.
Y ya nadie dejó tras de sí ninguna sombra,
porque ya nadie se fue.