Me gusta la gramática.
Y por eso me gusta la poesía.
O al revés.
Me gustan las palabras milimétricas,
las que con precisión miden
la longitud de la garganta,
el tamaño de mi corazón,
la nitidez de los matices,
las deícticas terribles diferencias
entre los pronombres «tú» y «yo».

Me gusta la poesía.
Y por eso me gusta la gramática.
O al revés.
Me gusta controlar
todos los rasgos que se esconden
detrás de los símbolos escuálidos
a quienes confío mi alma,
a quienes dejo mis recuerdos
como unos padres a su hijo
en su primer día de guardería, fuera de casa.

Por eso me gusta la gramática.
Por eso me gusta la poesía.
Porque cuanto más froto mi tiempo sobre ellas
más nítido veo el reflejo
de lo que se esconde en su interior,
en mi interior,
en mi gramatical ternura,
en las minúsculas sintáctico-semánticas partículas
de mi poético y a simple vista inexistente
instinto de amor.
O al revés:
amor por el instinto
de los poéticos sintagmas
que me permiten disfrutar de la tristeza de ser yo.

Fíjate qué tontería:
comprar un aguacate en un supermercado.
No podría haber nada más insulso,
nada más liviano.
Pero al paso de los días
hasta eso puede volverse terriblemente amargo.
¿Por qué me habré acordado justo de eso?
No lo sé.
Quizás algo que haya visto me lo ha recordado.
Lo cierto es que cualquier situación,
cualquier pequeña estupidez del pasado
recuerda amargamente
lo imposible que es aprovecharlo,
y devuelve esa terrible sensación
de ver que realmente al final
ni un aguacate se puede conservar para siempre en la mano.

Vendrá el mar a llevarse mis poesías.
Me arrastrarán las olas a la arena.
Seré el perdido náufrago que duerme
en un barco de tierra.

Me hablarán las medusas que se mueren
como yo me moría en la galerna.
Me herirán sus tentáculos de lluvia
en mi alma sin isla y sin botella.

Seré el perdido náufrago que mira
cómo el mar le arrebata sus poemas
e intenta en su impotencia reescribirlos
con el dedo en la arena.

Seré un náufrago
moribundo en la arena
recuperando espíritus de versos
que borrarán las mismas olas cuando vuelvan.

Hay vidas en las que uno se despierta torpe.
Debe ser lo que me ha pasado a mí.
Siento que a diferencia de otros
yo no he aprendido bien a vivir.

Sigo con las mismas dudas de siempre,
el mismo extraño anhelo de sobrevivir,
incluso me enamoro con más fuerza que entonces,
como si esta vez no fuera como siempre a sufrir.

Hay días en los que uno se despierta torpe
como si hubiera perdido habilidades al dormir.
Hay días en los que uno piensa demasiadas cosas
y hasta tiene peor letra al escribir.

Son vidas en las que uno se tropieza con las cosas
como si las hubieran puesto aposta ahí.
Son días en los que uno se queja
de todo lo que ha sido siempre así.

Entonces uno siente que la vida puede
seguir consistiendo simplemente en vivir
y que el que cambia es en verdad uno:
que hay días que no asume su manera de existir.