No voy a seguir insistiendo.
Tú verás.
Ya sé que no siempre es cómodo
vivir con alguien que solo tiene ganas de soñar.
No estás enamorada de mí.
Da igual.
¿Para qué seguir insistiendo en que me acompañes
si ya sabemos que, aunque vayamos al mismo sitio,
nunca va a ser al mismo lugar?

No voy a seguir insistiendo.
Me temo que tú también vas a tener que asumir
que puedes fracasar,
que no solo los que soñamos a todas horas
invertimos en algunas personas tiempo de más.
Me temo que me echarás de menos.
Porque, aunque no es cómodo, siempre da esperanzas
vivir con alguien que encuentra algo bonito
en cualquier parte a la que va.
Me temo  que pasarás por alguno de nuestros sitios
y lamentarás brevemente que nos tuviéramos que separar.
Y, aunque estarás menos triste que yo por ello,
sentirás que al final eres tú quien ha perdido más.

Y no pasará nada, porque no has estado enamorada de mí.
Y yo no era de ti de quien me tenía que enamorar.
Ya somos mayorcitos para saber que en la vida
tener que insistir demasiado en algo
es un claro síntoma de estar perdiendo la verdadera oportunidad.

No puedo desaprovechar la oportunidad.
Algo relacionado con la poesía me ha contrariado.
Incluso hasta aquí llegan las reglas de la vida.
En todo se entromete el miedo al fracaso.
No pasa nada. No dejaré de escribir.
Escribiré más si acaso.
Y escribiré para mí.
Y para quien quiera comparar pasados.
Si por algo se cambia
es porque cuesta creerse que pueda existir
alguien que nos aprecie sin cambios.
Ahora volveré a ser más yo
y podré gustar mejor
a los que como yo huyen de lo que supuestamente
nos da más prestigio como humanos.
Volveré aún más a la sinceridad,
a dejar que las lágrimas borren letras si escribo llorando.
Volveré a volcar palabras
y a ordenarlas como pueda con la mano.
Y así me seguirá contrariando todo, incluso la poesía,
pero siempre estaré preparado,
siempre tendré algo que decir
porque el corazón, cuando está a gusto,
no se puede estar callado.

Yo soy de los que no enseñan las cartas
después del amor.
No me gusta enseñar cómo he perdido.
No me gusta que se sepa que con esas cartas
no debí arriesgar.
No me gusta que piensen
que también en esto
vendo trozos de vida antes de haberlos vivido.

Yo no enseño las cartas.
Que quepa la posibilidad
de que no haya perdido,
de que hasta a la persona que más daño me ha hecho
la deje ganar
para que no nos una el sentimiento de no haber podido.

Suelto las cartas bocabajo y me voy.
Y así vivo,
jugando demasiado para ver si un día gano,
pero sabiendo que pase lo que pase
seré yo el que saldrá vencido.

Algún día llegará la persona que entienda
que aposté todo lo vivido
para que ella lo apostara también
y sin mirar las cartas
se viniera conmigo.

¡Cómo te voy a olvidar!
Va a ser memorable.
Sí, trátame con desprecio,
con mucho desprecio,
que así será más épico mi olvido.

¡Cómo te voy a olvidar!
Tú sigue sin quererme,
que lo borraré todo
y no quedará huella de ti.

¡Cómo te voy a olvidar!
Voy a reventar recuerdos.
Desaparecerás completamente
y te arrebataré el papel de héroe
de mi vida.

¡Cómo te voy a olvidar!
Eso: ¿cómo te voy a olvidar?
Cómo te voy a olvidar
si ya debería haberlo hecho
y aún sigues.

Madrileño, no muy feo,
listo, bueno, con el suficiente dinero.
El menos poeta de entre los poetas
y encima de los que ponen rima a los versos.
Soy el menos indicado para tocar el alma,
pero a casi todas horas lo intento.
Siento que no encajo entre los que no encajan,
que soy demasiado normal para lo raro que me veo,
que no puedo quejarme de la vida,
que lo que me hace sufrir es porque juego demasiado con los sentimientos
y que, si se me rompe alguno,
es porque me lo merezco.

De ciudad, ni siquiera fumador,
ese al que los padres ponían como ejemplo.
Alguien que antes de quejarse de las injusticias
trata de ver las que él mismo lleva dentro.
Toda la vida sintiendo que nació para ser otro,
que su mundo era mucho más fácil que todo esto.
Toda la vida complicándome:
siendo poeta, pudiendo ser uno más
de los que felizmente nacen muertos.

No me trates por quererte
como tratarías a alguien para que no te quisiera.
Me tendrás para siempre, sí,
pero haz que no me arrepienta.
Sabes que lo seguiré dando todo por ti,
pero haz que yo también me lo crea.

No me trates por quererte
como me tratarías para que no te quisiera,
que yo te trato a ti por quererte
mejor de lo que me trato a mí los días de menos tristeza.
Te he perdonado siempre, sí.
Es imposible que puedas conseguir que no te quiera,
pero haz que no intente convencerme
cada noche en la que te duermes un poco menos cerca.

No me trates por quererte
como si no quisieras que te quisiera,
que yo quiero quererte siempre
y sé que tú también
aunque a veces me trates como si no quisieras.

IMG_20170309_172941

Paso de mí.
A veces no me hago caso.
Me es difícil aguantarme
todo el rato.
Que sí, que sí,
que todo lo que hago al final resultará ser malo.
Que sí, que debería ser mejor,
que debería leerme todos los libros de mi cuarto.
Pero paso de mí,
que me sé poner muy pesado.
No me extraña que crea
que la gente se busca excusas para mirarme de lado.
Soy injusto.
Me exijo demasiado.
Muy pocas veces me premio.
Y luego me quejo de que la vida no premie
a los que nos esforzamos.

Lo pago todo conmigo.
Por eso a veces paso.
Me ignoro a mí mismo y no me reconcilio
hasta que no ha pasado un rato.
Al final siempre cedo
y admito que es mejor ponerse siempre en lo malo.
No es difícil convencerme:
basta con mirar a mi ventana
y ver todos los sueños que no la atravesaron.
Pero no hace falta recordarlo siempre;
no hay que ponerse tan pesado.
Es mejor a veces pasar de mí,
que el resto del tiempo me doy la razón demasiado.

No eran las peleas,
sino las reconciliaciones lo que hacía daño.
Pero yo las necesitaba, las necesitaba.
Debería empezar a sospechar de lo que es tan necesario:
puede ser crucial para la vida,
pero generalmente no es más que un engaño.
¿Era crucial para mi vida?
¿Pude vivir después de que todo hubiera acabado?
Sí,
pero todavía la estoy olvidando.
¿Alguna vez tu corazón ha llegado a olvidar
que debe seguir palpitando?
No lo sé, a veces noto
como si, desde que se fue ella, palpitara más despacio.
Ir más lento no es olvidar,
es recordar sin que el futuro haga daño.
El futuro ahora mismo
es lo único con lo que me siento a salvo.
Entonces es que viviste
cruelmente engañado.
Cada pelea te lo quería decir,
pero el problema de los gritos es que siempre quedan como los malos.
Y las reconciliaciones aprovechan
para seducirnos cogiéndonos entonces de la mano.
Y tú las necesitabas en ese momento, sí,
pero la vida es mucho más larga de lo que parece
cuando creemos que hemos acertado.
Lo suficiente para hacer comprender
por qué eran errores los aciertos del pasado,
por qué era mejor perder
cuando ganar era encerrarse en un triunfo sin resultado.
Ahora entiendo.
Por eso siempre acababa con heridas en las manos.
Hay caricias que no duelen
porque se camuflan tocando por otro lado
y para que no escuezan las cicatrices
es necesario que se sigan camuflando.
Hay que buscar entonces el amor
que sea perfecto sin ser necesario.

Dímelo otra vez, sí.
Me quieres, me quieres, me quieres.
No importa que diciéndomelo
me hayan engañado tantas veces.
Tú lo dices de una manera tan especial…
Podría ser mentira, pero sé que al menos mientras lo dices lo sientes.
Y yo ya me conformo con eso,
con las palabras que son verdad un segundo
aunque luego se desorienten.

Dímelo otra vez, sí.
Me gusta saber que hay al menos un segundo en que me quieres,
aunque luego se te olvide,
aunque luego nada sea lo que parece.
Pero contigo suena a verdad,
suena a que, aunque no lo digas, me quieres,
suena a que por fin he encontrado a la persona
a la que no tendría que insistir para que lo dijera tantas veces.

Pero dímelo otra vez.
Me quieres, me quieres, me quieres.
Que al menos esos segundos pueda sentir
que merece la pena que siga siendo fuerte.

Tal vez debería haber sabido mentirte.
¿Qué me habría costado decirte que podía esperar?
¿Por qué me entró tanta prisa de repente?
¿La última vez no había acabado tan mal?
No sé. Eras distinta.
Por primera vez al equivocarme no me entraban ganas de llorar.
Y además no me entró la prisa, me entraron ganas.
El tiempo y el deseo a veces se distinguen mal.
Tal vez me debería haber callado.
¿Tanto me costaba aguantar un poco más?
Pero es que era la primera vez que después de todo
me daba cuenta de lo que significaba decir te quiero de verdad.
Te lo tenía que decir. Las palabras se peleaban en mi boca
y no había ni un recuerdo que pudiera echarlas para atrás.
Bastante hice malgastando versos
para deshacerme de palabras demasiado bonitas que te pudieran asustar.
Tal vez debería haber sabido
que tú eras distinta, sí, pero que yo era el mismo que asustó a las demás
y que era probable que tú tampoco entendieras
lo que yo era capaz de imaginar tan pronto,
por mucho que esta vez fuera real

Tal vez me debería haber callado, sí,
pero no lo hice. Ya se sabe que yo lo hago todo fatal.
Pero quizá porque lo hago todo mal tú te quedaste.
Eras de las que no se asustan porque las quieran de más.
Eres de las que no temen que las quieran demasiado
porque siempre tienes dentro amor con el que contraatacar.
Y así no te asustaste cuando te dije tantas veces que te quería.
Solo dijiste que me guardara algún te quiero por lo que pudiera pasar.
No había prisa. Tú me hiciste comprenderlo
al enseñarme que lo que parecía prisa era en verdad inseguridad.
Y que si me pongo tan nervioso siempre al principio
es porque siempre me ha dado mucho miedo el final.
Pero contigo es distinto: contigo no hay principio,
porque no tiene principio lo que siempre ha sido real.