Qué más da que llevemos un tiempo sin vernos.
Nos estamos viendo ahora.
Podríamos inventarnos las historias que quisiéramos
para que el tiempo no pudiera abrir la boca.

Qué más da que no volvamos a vernos.
Nos estamos viendo ahora.
Tenemos en nuestras manos la oportunidad
de vivir una noche
que las abarque todas.

Qué más da que nos hayamos encontrado de casualidad.
Nos estamos viendo después de tantas cosas.
Ninguna de nuestras tristezas lo ha podido evitar.
Nos estamos viendo ahora.

Qué más da que el tiempo sea triste.
Nos estamos viendo ahora.
Ahora, como un rincón perdido
en el que el tiempo y la tristeza
nos han dejado a solas.

Te amé en silencio tanto que un día me miraste
como quien mira a aquel que le sigue en la distancia

y el aire se partió en pedazos infinitos
y el tiempo derrumbó las paredes de la infancia.

Me quisiste, admítelo, al menos ese instante,
tanto como te quise yo desde que te amaba.

Los dos éramos uno, unidos por un puente
que en silencio cruzaban sólo nuestras miradas.

¡Ah! Recuerdo aquel día en que por fin me miraste
después de tanto tiempo, de tantas madrugadas.

Mi seguro corazón creyó que ya eras mía
y te dejó escapar en brazos de la confianza.

El puente del amor que tendimos de uno a otro
por tu lado tenía la puerta aún cerrada.

Creí que me amarías tan sólo con mirarme.
Olvidé que al amar hacen falta las palabras.

Y, aunque intenté que vieras mi secreto al mirarnos,
no tenías por qué haber sospechado nada.

Por eso, aunque te fuiste, te he escrito hoy estos versos,
aunque seguramente ya no sirvan de nada.

Por eso, aunque te fuiste, te escribo hoy estos versos,
porque hay cosas que quedan aunque un día se vayan,

porque sé que me quisiste al menos ese instante
porque sé que te quiero cada hora que pasa,

porque sé que nadie como tú aquel instante
ha sabido decir tantas cosas sin palabras,

porque la próxima vez que me mires no quiero
que el silencio te obligue a apartarme la mirada,

ni me mires como al que te sigue desde lejos
y se queda siempre lejos… sin decirte nada

 

Te empeñaste en ser la protagonista de mi vida,
aunque fueras la mala
Elvira Sastre

Sé que uno es el malo de la historia
dependiendo del punto de vista desde el que se le mire.
Por eso intenté darle la vuelta a todo,
intenté ver que yo no tenía que ser el bueno
solo por haber acabado más triste.
Intenté ver que es que fui algo pesado,
que no entendí que hay gente que empieza a querer,
pero para la que su vida sigue.
Intenté ver que fui un poco exagerado,
que no seguí los tiempos que generalmente se exigen.
Intenté ver qué reglas me había saltado,
de esas que nadie cumple, pero que siempre se dicen.

Pero no vi nada.
Me siguió pareciendo que por mucho que dijeras no me quisiste.
Y en todas las historias el malo
es el que impide
que todo salga como tiene que salir,
como el público en general pide.
Y por mucho que intenté ver si yo impedí algo
no vi más que continuidad en lo mucho que te quise.
Enfadarme si tú no me querías
era como protestar cuando se va el sonido en el cine.

Puede que tú me veas
como el que se empeñó, por tener prisa, en que el final fuera triste,
como el que quiere llegar al final demasiado pronto
sin que el argumento entre medias lo explique.
Pero yo soy incapaz de verlo así,
para mí vivir deprisa no quiere decir que el final se anticipe.
Para mí ir deprisa implica
que hay más cosas que se viven.
Y querer vivir más con la persona que se quiere
no puede ser malo, se mire desde donde se mire.

Lo intento. De verdad. Lo intento.
Doy una vuelta y otra,
repaso todo lo que he hecho.
Salgo a la calle, miro,
me encierro en mi cuarto, leo.
Escribo, escribo, escribo.
Lo intento.
Hasta estoy enamorado.
Hasta me he aprendido de memoria alguno de esos versos.
Pienso continuamente.
Hace bastantes sueños que no duermo.
He dejado de pensar en los que no vuelven.
Es imposible aprovechar más el tiempo.

Pero no lo veo. Me toca por detrás
y siempre me giro demasiado lento.
Estoy demasiado distraído.
O demasiado atento.
No sé si podré algún día.
Yo no sirvo para esto.
Tengo mi vida en las manos
y la noto como si fuera pegamento.
He dejado atrás muchas cosas,
pero cada vez hay menos sitio para lo nuevo.
Soy quizá quien quise ser
o tal vez todo fue porque temía llegar a esto.
Me da igual.
Yo lo intento.
Ya me giraré más deprisa
cuando esté despierto.
Ya lo conseguiré alcanzar
el día de mi nacimiento,
cuando entienda que intentarlo la primera vez
es ya un gran acierto.

Pues al final yo no era tan difícil.
Al final sabía querer igual que todos.
Soy raro, sí, y me enfado a veces,
pero nada que no vea que hacen otros.
¿Por qué no había encontrado a nadie antes?
Quizá porque nadie me había mirado de este modo.
Quizá porque hay poca gente que sepa distinguir
entre lo que dice uno y lo que siente en el fondo.
Quizá porque no supe venderme en estos tiempos,
y los que no vemos el mundo como una transacción somos muy pocos.
Quizá porque yo nunca he sabido mentir
y antes de presumir he preferido siempre emborronarlo todo.
Quizá porque siempre me he exigido demasiado
y creyéndome abocado a estropear mi mundo
he preferido estropearlo solo.
Quizá porque hasta que tú llegaste
siempre había creído que los demás me consideraban tonto.
Quizá porque solo tú entendiste que no basta con quererme,
que había que hacer que me dejara querer por otro.
Y eso no era tan difícil
o al menos no muy complicado en el fondo:
era ir limpiando cada día,
tarde a tarde, trozo a trozo,
las lágrimas grises que guardé en mi corazón
cuando cada golpe de la vida me parecía una razón más para estar solo.
No era tan difícil.
A ti desde luego te costó muy poco.
Me demostraste que quererme yo era quererte más a ti,
era querernos más a nosotros.

No puedo desaprovechar la oportunidad.
Algo relacionado con la poesía me ha contrariado.
Incluso hasta aquí llegan las reglas de la vida.
En todo se entromete el miedo al fracaso.
No pasa nada. No dejaré de escribir.
Escribiré más si acaso.
Y escribiré para mí.
Y para quien quiera comparar pasados.
Si por algo se cambia
es porque cuesta creerse que pueda existir
alguien que nos aprecie sin cambios.
Ahora volveré a ser más yo
y podré gustar mejor
a los que como yo huyen de lo que supuestamente
nos da más prestigio como humanos.
Volveré aún más a la sinceridad,
a dejar que las lágrimas borren letras si escribo llorando.
Volveré a volcar palabras
y a ordenarlas como pueda con la mano.
Y así me seguirá contrariando todo, incluso la poesía,
pero siempre estaré preparado,
siempre tendré algo que decir
porque el corazón, cuando está a gusto,
no se puede estar callado.

Madrileño, no muy feo,
listo, bueno, con el suficiente dinero.
El menos poeta de entre los poetas
y encima de los que ponen rima a los versos.
Soy el menos indicado para tocar el alma,
pero a casi todas horas lo intento.
Siento que no encajo entre los que no encajan,
que soy demasiado normal para lo raro que me veo,
que no puedo quejarme de la vida,
que lo que me hace sufrir es porque juego demasiado con los sentimientos
y que, si se me rompe alguno,
es porque me lo merezco.

De ciudad, ni siquiera fumador,
ese al que los padres ponían como ejemplo.
Alguien que antes de quejarse de las injusticias
trata de ver las que él mismo lleva dentro.
Toda la vida sintiendo que nació para ser otro,
que su mundo era mucho más fácil que todo esto.
Toda la vida complicándome:
siendo poeta, pudiendo ser uno más
de los que felizmente nacen muertos.

Paso de mí.
A veces no me hago caso.
Me es difícil aguantarme
todo el rato.
Que sí, que sí,
que todo lo que hago al final resultará ser malo.
Que sí, que debería ser mejor,
que debería leerme todos los libros de mi cuarto.
Pero paso de mí,
que me sé poner muy pesado.
No me extraña que crea
que la gente se busca excusas para mirarme de lado.
Soy injusto.
Me exijo demasiado.
Muy pocas veces me premio.
Y luego me quejo de que la vida no premie
a los que nos esforzamos.

Lo pago todo conmigo.
Por eso a veces paso.
Me ignoro a mí mismo y no me reconcilio
hasta que no ha pasado un rato.
Al final siempre cedo
y admito que es mejor ponerse siempre en lo malo.
No es difícil convencerme:
basta con mirar a mi ventana
y ver todos los sueños que no la atravesaron.
Pero no hace falta recordarlo siempre;
no hay que ponerse tan pesado.
Es mejor a veces pasar de mí,
que el resto del tiempo me doy la razón demasiado.

¿Por qué te da pena
no haber estado conmigo cuando estuve triste?
¿No te das cuenta de que ahora estás,
ahora que era más fácil que todo empezara a confundirse?

Sí, lo pasé muy mal.
Te habría abrazado como cuando uno aún cree que es evitable despedirse.
Mis lágrimas te habrían parecido granizo
de lo fuerte que lloré para entender lo que es morirse.
Pero no importa. Eso pasó.
Parece que fue suficiente con lo que hice.
Conseguí estirar la pena para que, aun durando más,
cada día fuera una dosis asumible.
Y cuando ya empezaba a ser demasiado larga,
cuando ya estaba harto y empezaba a arrepentirme,
cuando cada día era una prueba más de lo tonto que es vivir,
apareciste.

Por eso, que no te dé pena
no haber estado conmigo cuando estuve tan triste.
Tenía que superarlo yo solo
para que tú llegues ahora con fuerzas para revivirme.

Lo pasé mal, sí.
Te diría que fue terrible.
Pero que no te dé pena.
Quédate con que no hay nada imposible.
Quédate con que estás con la persona que te querrá para siempre
porque ni la muerte fue capaz de destruirle.