A una muchacha quizás muerta

Déjenme recordarla
José Ángel Buesa

Hoy te cogería de las manos suavemente
y te besaría como aquellas veces.
Olvidémonos de las promesas que no se cumplieron
Hoy hace justo cuatro años que sonó un “te quiero”.
Recordemos solamente ese instante
como si no hubiera pasado nada después ni nada antes.
Recordemos nuestros ojos en aquel momento,
sin un rasgo de dolor ni una gota de lamento.
Dejemos a un lado las noches absurdas
de dos almas que se quieren y no están juntas.
Recordemos. Solamente recordemos.
Cada uno en su cuarto o donde estemos.
Y así, otra vez, unidos por aquel te quiero,
quizás volvamos a encender la llama del amor verdadero
y, aunque sea de otros, porque ya no podemos amarnos,
quizás otra vez volvamos a enamorarnos.

No es nada raro. En la vida las cosas pasan:
la gente muere, los amores fracasan.
Y, a pesar de todo, el corazón sigue palpitando
como si no se diera cuenta de lo que está pasando.
Y seguimos sufriendo sin sentido
lo que debió caer en su momento en el olvido.
No hay nada que evite que estas cosas sucedan.
Los olores más amargos son los que se quedan,
como una lágrima en la tinta de un te quiero perdido,
como el olor de la tarde en que asumí
que ya te habías ido.

Porque estoy triste te escribo y porque quiero pensar
cosas tristes esta noche, porque ya no puedo más:
una carta al infinito que nunca recibirás.

Sí, fue un crimen, no fue justo que te quisiera dejar:
Te marchaste en mil tormentas de silencio y soledad.

Yo te miraba en la sombra, yo te veía partir:
Te alejabas, te alejabas… ¡y te alejabas de mí!

Las lágrimas, los lamentos… Esos vinieron después,
en noches de estrellas negras, que las recuerdo muy bien.

¡Ay las olas de recuerdos de una noche que perdí!
Sensaciones endiabladas se apoderaron de mí.

Y te eché, lo reconozco, te eché porque estaba loco,
porque hay días en los que ni yo mismo me conozco.

Y ahora el viento de tus ojos, que ya nunca serán míos
me trae de la lejanía pensamientos tan sombríos…

¡Ay la dicha de tenerte abrazada junto a mí!
Nosotros que descubrimos lo que nadie imaginó.

En noches de soñolencias yo te lloro porque sí.
En esas noches terribles no me mato porque no,
porque, desgraciadamente, nadie se muere de amor.

De Tras de la huella (cuerpo y alma)
José María Romeu. 1971

Te marchaste sin decir lo que esperaba
como una nube pasajera que no llueve.
Huiste por aquellos caminos de nieve
por los que hace tiempo contigo paseaba.

Flotando en el aire se quedaron los besos
que yo, sin dudarlo, te habría regalado;
y esos mismos labios que te habrían besado,
esos mismos labios te maldicen posesos.

No se encontrará tu mirada con la mía.
Las horas serán días y los días años,
y ya mis labios siendo errantes ermitaños
buscarán una ermita para el nuevo día.

Créete que después de tan duro contratiempo
mi alma se ha internado en el mundo de la muerte
y aquel corazón que te pareció tan fuerte
hoy es carne débil marchita con el tiempo.

10.8.01 (17 años)

Hoy te quiero
como si no te fuera a volver a ver.
Y eso es quererte a la desesperada,
como si no hubiera nada más en el mundo,
como si el viento pesara,
como si un día bastara
para saber lo que es la vida.

Hoy te quiero
como si no fuera a volverte a ver,
como habría querido a los que se fueron
sin despedirse,
con esas ganas que a uno se le quedan
de haber sabido el día antes que se irían.

Por eso hoy te quiero
como si no te fuera a volver a ver.
Te quiero en un momento
como no he querido a nadie en una vida.
Te quiero
y no me importa saber
que algún día será cierto
que dejaré de verte para siempre.
Porque hoy ya te quiero
como si nunca más te fuera a volver a ver.

Hoy es el último día de mi vida.

Siempre asumí que sería
el día de mi muerte,
pero ahora comprendo
que morir es una tontería.
Y no es que se muera de amor.
Es que la vida se acaba
pero se sigue viviendo
y ese es un castigo
que jamás asumí que llegaría.
Si hubiera muerto, al menos,
no tendría que observar
cómo ella se va,
cómo se va lejos,
y cómo yo me quedo
con la misma vida que antes
pero con una vida menos.

(No hay dolor que un buen pecho no resista
No hay pena que no quepa en un recuerdo
No hay mal que en un suspiro no se vaya
No hay días que no acaben con el tiempo)

A una madre, de un hijo que pierde a su padre

¿Por qué lloras? No hay nada que no pase.
Acabarás cambiando ese dolor por un beso.
Acabarán brillando las estrellas. No llores.
Desde allí te saludan las almas que murieron.

El amor no se acaba. Era mentira.
Lo único que se acaba son los cuerpos.
Pero a la noche no le importa, sigue apagando
todos los días, para que te quieran, el cielo.

¿Por qué lloras? Hay cosas que no vuelven,
pero mira a esa viuda sonriendo.
Se puso en las heridas de la muerte
tiritas de recuerdos.

Lo sé. Hay muchas veces que es terrible
vivir ciertos momentos
y no hay rincón del alma que no hayas recorrido
para buscar un poco de consuelo.

¿Por qué lloras? ¿No ves nada que tenga
un poco de sentido para ti, un destello
de esperanza en la vida al que agarrarte,
algún verso de amor, de esos que paran el tiempo?

Sí. ¿Para qué parar el tiempo ahora
si lo mejor es que siga corriendo?
Te digo que la vida da sorpresas
y todo lo que quita lo acaba reponiendo.

¿Por qué lloras? Verás qué pronto te llama un ángel
y te cumple un deseo.
Verás qué pronto llega una mirada
y se posa en alguno de tus sueños.

¿Lo ves? Ya son suspiros las lágrimas de antes.
Pronto serán bellísimos recuerdos.
Y luego acabarán siendo palabras que den
a quien como tú llore, aliento.

Dame un abrazo. No es tan malo llorar a veces.
Nadie nos prometió una vida sin sufrimiento.
Y aunque nadie nos dijo nunca por qué morimos,
tampoco nos contó por qué nacemos.

Ahora dame la mano y miremos los dos juntos
aquella estrella que ayer no brillaba en el cielo.
Quizá entiendas que los mismos por los que se sufre tanto
son los que nos dan luego la mano y el consuelo.