A veces se me atascan las penas
y quiero llorarlas pero no salen.
Y entonces parece que no se puede hacer ya nada
para que la tristeza acabe.

A veces se me atascan los versos
y quiero escribirlos pero no caen.
Y entonces parece que nunca caerán
y que habrá poesías siempre que me amarguen.

Es mejor ahí dejarlo todo,
dejar que todo pase.
Ya habrá tiempo para las lágrimas
y para que los versos se levanten.

La tristeza tiene días
con ansia de ser sangre,
de querer tenernos siempre
oliendo como ella a tarde.

Por eso hay que ignorarla,
que no nos amenace,
que asusta, sí, estar triste,
pero es raro que al tiempo no se pase.

Me pongo triste y luego pienso por qué
y encuentro una razón siempre.
Hay veces que tengo que recurrir al amor,
otras recurro a la muerte
y en los momentos más felices
recurro al misterio que sigue sin resolverse.
¿Cómo empezó todo?
¿Qué hay más allá de todo lo que ha llegado a conocerse?
¿Dónde estamos? ¿Qué es estar?
¿Qué es ser consciente?
¿Por qué sentimos que nuestra pena es tan grande
si somos tan pequeños y el espacio se muestra tan indiferente?

Me pongo triste y no me importa saber
que la tristeza es uno de los procesos que mi cuerpo tiene;
le sigo buscando una explicación,
sigo confiando en el poder de la mente.
Me cuesta asumir
que, siendo la tristeza algo tan fuerte,
no pueda explicar que da igual el tamaño del espacio
porque es solo el escenario, el recipiente
de cosas que no tienen tamaño
por mucho que pesen,
de palabras que no tienen forma,
pero se sienten.
Sigo pensando que si no sabemos dónde están los límites de todo
es porque quizás no los tiene
y no hay que intentar ir más allá,
hay que buscar lo transparente,
lo que se roza cuando se está triste,
pero se encaja en las penas del presente
sin pensar que las cosas más tristes que nos pasan
seguramente sean los gritos de lo que existe pero aún no se comprende
y que da igual dónde estemos,
lo grande que sea lo que nos envuelve.
Podría no existir nada
y aun así existirían esos pequeños sentimientos transparentes.

Nos ponemos tristes y al final es
por lo mismo siempre,
porque nos asusta pensar
que somos más poderosos que lo que dice nuestra mente,
que somos el único medio que existe
para que pueda manifestarse lo transparente.

es lisonja de la pena
perder el miedo a los males
Sor Juan Inés de la Cruz

Las penas envalentonan.
Por eso uno no se retira de estar triste,
igual que en una pelea
uno no para aunque sus amigos se lo piden.
—Yo puedo con todas—
uno a sí mismo se dice.
Y no puede, pero las penas
le mantienen un buen rato peleando para divertirse.
Y le dan mil golpes cargados de miedo del futuro,
pero a la vez le dan un recuerdo bonito con el que cubrirse.
Le envalentonan porque le hacen creer
que ahora que es mayor puede tumbar a los días grises.

Pero no. No se puede vencer a las penas.
Es imposible.
Por eso hay que aprender a asumir
que no pasa nada porque uno de vez en cuando se ponga triste.
Hay que saber retirarse.
Hay que ser humilde
porque no es culpa de uno
que las cosas cambien tanto
según el momento del día en el que se miren.