Lo intento. De verdad. Lo intento.
Doy una vuelta y otra,
repaso todo lo que he hecho.
Salgo a la calle, miro,
me encierro en mi cuarto, leo.
Escribo, escribo, escribo.
Lo intento.
Hasta estoy enamorado.
Hasta me he aprendido de memoria alguno de esos versos.
Pienso continuamente.
Hace bastantes sueños que no duermo.
He dejado de pensar en los que no vuelven.
Es imposible aprovechar más el tiempo.

Pero no lo veo. Me toca por detrás
y siempre me giro demasiado lento.
Estoy demasiado distraído.
O demasiado atento.
No sé si podré algún día.
Yo no sirvo para esto.
Tengo mi vida en las manos
y la noto como si fuera pegamento.
He dejado atrás muchas cosas,
pero cada vez hay menos sitio para lo nuevo.
Soy quizá quien quise ser
o tal vez todo fue porque temía llegar a esto.
Me da igual.
Yo lo intento.
Ya me giraré más deprisa
cuando esté despierto.
Ya lo conseguiré alcanzar
el día de mi nacimiento,
cuando entienda que intentarlo la primera vez
es ya un gran acierto.

Paso de mí.
A veces no me hago caso.
Me es difícil aguantarme
todo el rato.
Que sí, que sí,
que todo lo que hago al final resultará ser malo.
Que sí, que debería ser mejor,
que debería leerme todos los libros de mi cuarto.
Pero paso de mí,
que me sé poner muy pesado.
No me extraña que crea
que la gente se busca excusas para mirarme de lado.
Soy injusto.
Me exijo demasiado.
Muy pocas veces me premio.
Y luego me quejo de que la vida no premie
a los que nos esforzamos.

Lo pago todo conmigo.
Por eso a veces paso.
Me ignoro a mí mismo y no me reconcilio
hasta que no ha pasado un rato.
Al final siempre cedo
y admito que es mejor ponerse siempre en lo malo.
No es difícil convencerme:
basta con mirar a mi ventana
y ver todos los sueños que no la atravesaron.
Pero no hace falta recordarlo siempre;
no hay que ponerse tan pesado.
Es mejor a veces pasar de mí,
que el resto del tiempo me doy la razón demasiado.

Tal vez debería haber sabido mentirte.
¿Qué me habría costado decirte que podía esperar?
¿Por qué me entró tanta prisa de repente?
¿La última vez no había acabado tan mal?
No sé. Eras distinta.
Por primera vez al equivocarme no me entraban ganas de llorar.
Y además no me entró la prisa, me entraron ganas.
El tiempo y el deseo a veces se distinguen mal.
Tal vez me debería haber callado.
¿Tanto me costaba aguantar un poco más?
Pero es que era la primera vez que después de todo
me daba cuenta de lo que significaba decir te quiero de verdad.
Te lo tenía que decir. Las palabras se peleaban en mi boca
y no había ni un recuerdo que pudiera echarlas para atrás.
Bastante hice malgastando versos
para deshacerme de palabras demasiado bonitas que te pudieran asustar.
Tal vez debería haber sabido
que tú eras distinta, sí, pero que yo era el mismo que asustó a las demás
y que era probable que tú tampoco entendieras
lo que yo era capaz de imaginar tan pronto,
por mucho que esta vez fuera real

Tal vez me debería haber callado, sí,
pero no lo hice. Ya se sabe que yo lo hago todo fatal.
Pero quizá porque lo hago todo mal tú te quedaste.
Eras de las que no se asustan porque las quieran de más.
Eres de las que no temen que las quieran demasiado
porque siempre tienes dentro amor con el que contraatacar.
Y así no te asustaste cuando te dije tantas veces que te quería.
Solo dijiste que me guardara algún te quiero por lo que pudiera pasar.
No había prisa. Tú me hiciste comprenderlo
al enseñarme que lo que parecía prisa era en verdad inseguridad.
Y que si me pongo tan nervioso siempre al principio
es porque siempre me ha dado mucho miedo el final.
Pero contigo es distinto: contigo no hay principio,
porque no tiene principio lo que siempre ha sido real.

Deja un rato abierto, por favor,
que entre un poco de tiempo.
De vez en cuando hay que ventilar,
que los segundos enseguida huelen demasiado a recuerdos.
Y no está mal recordar,
pero es mejor hacerlo en un sitio abierto,
donde el aire no se mezcle
con lo que va llegando nuevo.

No, no cierres todavía.
Sí, soy joven, pero en mi cuarto los años pasaron más lentos.
Los que nos entusiasmamos con las cosas
tenemos el problema de crear demasiados recuerdos.

Ya se puede respirar mejor, ¿no crees?
Yo no me daba cuenta mientras estaba dentro.
En verdad fuiste tú la que lo notaste:
el aire de mi cuarto estaba un poco denso.

Sí, ya va haciendo un  poco de frío.
Tranquila, tú quédate ahí. Yo cierro.
Contigo a mi lado no se me olvidará
ventilar cada vez que me cueste moverme por el tiempo.

Y, cuando se vuelvan contra nosotros
los recuerdos que juntos vayamos construyendo,
saldremos fuera a respirar
para que en el aire parezca que son menos.
Así el futuro que nos quede por delante
siempre tendrá un aroma fresco.
Y así vivir será siempre avanzar juntos
aunque juntos poco a poco nos vayamos yendo.

Soy una decepción.
Quizá te imaginas que soy valiente,
que me enfrento de verdad a mis recuerdos
cada vez que escribo que los olvidé para siempre.
Pero soy una decepción.
Lo único que se me da bien es esconderme
y conseguir que no me encuentre nadie
a pesar de que todo el mundo en mis versos podría verme.

Soy una decepción.
Sigo dando abrazos demasiado fuertes.
No aprendo a perder.
Sigo sin creer en la muerte.
Léeme lo que quieras, pero no te ilusiones conmigo.
Yo no daré la vuelta al mundo para entenderme.
Yo soy una persona que escribe
justo a la hora en la que toca ser fuerte.
Por eso siempre tengo una excusa para escribir:
un día malo, una pena, un domingo, incluso una muerte.
Cualquier cosa con tal de hacerme el normal,
a pesar de sentir que así estoy decepcionando a la gente.

Pero ahora lo digo: soy una decepción. No te ilusiones.
Que no te engañe que algún verso mío parezca conocerte.
No te fíes de mí. Soy una decepción.
Escribo en futuro el pasado y en pasado el presente.

O quizá seamos todos una decepción
y es serlo lo que nos une a todos aun siendo diferentes.
Quizá lo que más te guste de mí
es que después de todo me asuste que puedas conocerme.

Hay algunos lunes, muy pocos,
en los que me siento como nuevo.
Nada más despertarme me asaltan las penas,
pero yo me las quito de encima con un simple «hoy no quiero».
Salgo a la calle y miro a todos con ternura.
Sonrío ante sus malas caras y no me preocupo por ellos.
¿Alguien se ha muerto porque sea lunes? No.
Aunque sea verdad que lunes a lunes nos vamos destruyendo.
Pero esos lunes ni siquiera eso me importa.
Me siento como cuando llevé a la casa del terror a mis primos pequeños.
Cambió mi perspectiva: simplemente por saber que debía proteger
se me quitaron todos los miedos.
Y así me siento algunos lunes,
como si al final me hubiera ayudado escribir tantos versos,
como si por fin lo entendiera todo.
Al final es posible olvidar también todos los días malos en un día bueno.
Me dan ganas de parar a alguien y decirle: «No te preocupes.
Yo he visto que las preocupaciones son solo sentimientos.
Y los sentimientos no pueden hacernos nada
si no queremos».

Hay algunos lunes, muy pocos,
en los que veo todo lo que me suele asustar
desde lejos
y no me siento tonto por dejarme asustar otras veces.
Me entiendo.
Y es que me creo que lo sé todo del ser humano,
que sé más incluso que el día que me mareé
cuando me dieron el primer beso.
Me creo que sé más que cuando lloro.
Y puede que sea cierto.
Puede incluso que sea mejor
aunque se divirtieran más que yo aquel día mis primos pequeños.
Puede que no haga falta saber
por qué queremos tener sentimientos,
por qué nos reímos cuando contamos
el miedo que nos siguen dando algunos sueños,
por qué nos une tanto contarnos los viernes
el sueño y la tristeza que cada lunes tenemos.
Puede que no haga falta
saber nada de esto.
Puede que estando siempre como yo algún lunes
fuéramos perfectos.
Pero, si algo me hace escribir esos lunes,
si algo de inseguridad me queda por dentro,
es esa tendencia que tiene todo
a ser al final mejor si es imperfecto.

Un día digo una cosa
y otro día digo otra.
Parece que no me aclaro con mis poesías.

Es que es precisamente eso,
hay que explorar todas las partes de la vida.
Hay que taparse la nariz a veces
y escribir aquello a lo que ni de pequeño te atrevías.
Hay que pegar patadas a todas las paredes
para saber cuál no estaba ahí cuando las lágrimas
todavía sonreían.
Hay que odiar y amar,
hay que meter mucho la pata algún día.
Hay que dejarse llamar toda una noche
y poner la excusa de que con la oscuridad no se oía.
Hay que decir completamente lo contrario de lo que uno piensa
para saber cómo somos cuando destrozamos todo lo que nos esclaviza.
Hay que contradecirse, pellizcarse,
reírse con las pesadillas.
Hay que volverse loco leyendo un libro
y dar miedo por tener demasiado grande la sonrisa.

 

Así se estira todo de tal forma
que es luego más fácil caber en la vida
y podemos ser normales sin que nos rocen
los zapatos que nos obligan a ponernos el primer día
para que no notemos con los pies descalzos
que la vida casi siempre por debajo está bastante fría.

IMG_20160824_215402

Me voy a vengar escribiéndote.
Te vas a enterar a base de palabras
Vas a ver que no estar conmigo
es perder la oportunidad de entender el alma.

Voy  a desmontar con versos a aquellos
que se atrevan a destruirme al rozarte en la distancia.
Voy a encontrar todas las letras que nos unen
para que inevitablemente sientas que me pronuncias al pronunciarlas.

Me voy a vengar escribiéndote.
Te voy a lanzar tantos versos a la cara
que tendrás que quererme
tendrás que reconocer que no es verdad
que escribir no valga para nada.

Me voy a vengar.
Lo siento, pero voy a hacer trampas.
Ya que el amor no entiende de personas,
tendré que convertirnos en palabras.

Tú lo has querido.
Yo te di todo lo que sé que hacía falta.
Pero te aliaste con la vida.
No sabías que a la vida siempre la destrozan las palabras.

Esta es una de esas noches
en las que la poesía me aplasta.
¿Quién soy yo para escribir?
¿Quién me creo yo para poder hablar del alma?

Esta es una de esas noches
en las que solo el amor me respalda,
en las que si no fuera porque existes
pensaría que después de mí no quedaría nada.

Esta es una de esas noches
en las que lo bueno naufraga,
en las que escribo con la mano dormida
mientras el corazón mira de reojo ya a la cama.

Es una de esas noches
en las que la vida se acaba,
un libro más que termina
una oportunidad menos
para no tener que arrepentirme mañana.

Esta noche
solo el amor me respalda;
solo él me da la razón
de que estuve triste porque hacía falta.