Si esta noche pudiera decirte lo que siento,
llamarte por teléfono y susurrarte al oído
palabras tan lejanas como tu amor del mío,
no estaría escribiendo estos versos que te escribo.

Es verdad que el amor dura solo un segundo
pero su espera es tan lenta… como el olvido.
Y en una de esas noches largas en que lo espero
he deseado tenerte como el día de aquel beso,
en que antes que nosotros, nuestros labios primero,
conocieron lo más profundo de sus secretos.

Y yo aquí ahora, solo, asumiendo que olvidaste
que, escondido en aquel beso, el amor se derramaba,
empiezo a darme cuenta de que nunca lo supiste,
que no lo comprendiste, que no es que lo olvidaras.

Te creíste una más, otro rollo de entre tantos.
No sabías que a veces los hombres también nos enamoramos.
Si esta noche pudiera decírtelo al oído,
decirte que te quiero, jurar que no te olvido,
hacerte comprender que después de tanto tiempo
mis labios aún te esperan cada noche intranquilos.

Si esta noche llamarte tuviera algún sentido
no estaría escribiendo estos versos que te escribo.

Lo sé. Debí decírtelo después de aquel beso
pero a veces el amor tarda en hacer efecto.
Si ya es muy tarde, créeme que lo comprendo,
comprendo que lo dudes, que no creas que lo siento…
La verdad es que a veces yo tampoco me lo creo.

Si pudiera llamarte y decirte lo que siento…
Si fuera tan fácil hablar como escribir versos…

Sé que ya no me quieres, si acaso me has querido,
sé que me dirás que no si hablo contigo.
Solo soy para ti el que te besó en aquel sitio,
al que besaste aquella noche después de haber bebido.

Y ni el día después, ni tras tanto tiempo perdido
te habrían importado estos versos que te escribo.
Por eso, aunque esta noche me atreviera a llamarte,
no te llamaría, para no enamorarme
como la noche aquella en la que me besaste
y al oído con tu dulce voz me susurraste.

¡Bah! ¡Para qué engañarme!
Si para no enamorarme te escribo y no te llamo
es porque todavía estoy enamorado
y al escribirte intento que la espera dure menos,
la espera de tu amor, porque te quiero.

A una muchacha quizás muerta

Déjenme recordarla
José Ángel Buesa

Hoy te cogería de las manos suavemente
y te besaría como aquellas veces.
Olvidémonos de las promesas que no se cumplieron
Hoy hace justo cuatro años que sonó un “te quiero”.
Recordemos solamente ese instante
como si no hubiera pasado nada después ni nada antes.
Recordemos nuestros ojos en aquel momento,
sin un rasgo de dolor ni una gota de lamento.
Dejemos a un lado las noches absurdas
de dos almas que se quieren y no están juntas.
Recordemos. Solamente recordemos.
Cada uno en su cuarto o donde estemos.
Y así, otra vez, unidos por aquel te quiero,
quizás volvamos a encender la llama del amor verdadero
y, aunque sea de otros, porque ya no podemos amarnos,
quizás otra vez volvamos a enamorarnos.

No es nada raro. En la vida las cosas pasan:
la gente muere, los amores fracasan.
Y, a pesar de todo, el corazón sigue palpitando
como si no se diera cuenta de lo que está pasando.
Y seguimos sufriendo sin sentido
lo que debió caer en su momento en el olvido.
No hay nada que evite que estas cosas sucedan.
Los olores más amargos son los que se quedan,
como una lágrima en la tinta de un te quiero perdido,
como el olor de la tarde en que asumí
que ya te habías ido.

Hoy te quiero
como si no te fuera a volver a ver.
Y eso es quererte a la desesperada,
como si no hubiera nada más en el mundo,
como si el viento pesara,
como si un día bastara
para saber lo que es la vida.

Hoy te quiero
como si no fuera a volverte a ver,
como habría querido a los que se fueron
sin despedirse,
con esas ganas que a uno se le quedan
de haber sabido el día antes que se irían.

Por eso hoy te quiero
como si no te fuera a volver a ver.
Te quiero en un momento
como no he querido a nadie en una vida.
Te quiero
y no me importa saber
que algún día será cierto
que dejaré de verte para siempre.
Porque hoy ya te quiero
como si nunca más te fuera a volver a ver.

Dos poemas de color verde

Estos son dos poemas verdemente inspirados en Lorca que escribí hace ya algún tiempo:

¡Dejadme subir!, dejadme
hasta las verdes barandas.
Federico Gª Lorca

–¡Dime que me quieres!
–No me dejan tus ojos.
–¡Dime que me adoras!
–No me dejan tus lágrimas.
–Dime que me amas.
–No me dejan tus suspiros.
–¿No me lo dices?
–No, porque eres verde
y tus ojos son verdes
y tus lágrimas son verdes
y tus suspiros son verdes.

***

–¡Dime que me quieres!
–No me deja el corazón.
–¿Entonces no me quieres?
–Sí te quiero, amor.
–¿Aunque mis labios sean verdes?
–A pesar de su color.
–¿Y por qué no me lo dices?
–Porque mis palabras no lo son


Verde viento. Verdes ramas.
Federico Gª Lorca

La sangre es poesía roja,
roja y llena de batallas.
Líquido de amor cansado
y de falsas esperanzas.

La sangre es poesía roja,
roja de vergüenza rara
de la vida adolescente
y el pudor de sus palabras.

La sangre es poesía roja,
roja de muerte lejana,
que, regando el corazón,
quiere con furia alejarla.

La sangre es poesía roja,
roja cuando se me escapa
y la veo ennegrecer
como el miedo de la nada.

Mi poesía es sangre roja,
roja de absurdas palabras
y roja de los latidos
que arremeten contra mi alma.

Mi poesía es sangre roja,
roja y roja en mi garganta.
Yo me limito a escupirla
y a releerla sin ganas.

Mi poesía es sangre roja,
pero tú eres viento verde,
verdes ramas de esmeraldas;
verdes son tus labios tenues.

La sangre es poesía roja
y tú, verde, no la entiendes.
Mi poesía es sangre roja
y aun así, verde me quieres.

Cuanto más busco en el verde
más me desangro en palabras
y más me acerco a la muerte
muy roja sin tu mirada.