No daré nunca mi flor
a quien no quiera
guardarla en su corazón
y para siempre tenerla.
No daré nunca mi flor
–me decía la princesa–
a quien no me dé su amor
con las manos bien abiertas.
Yo no te pido tu flor
–le respondí a la princesa–
sino el amor
que se agazapa tras ella.
Yo no te pido tu flor
pero si me lo pidieras
en mi dulce corazón
la guardaría eterna.
¡Ay! Pues toma tú mi flor,
mi virgen flor de princesa,
pues tu verdadero amor
me ha prometido quererla.
Sangrando me dio su flor,
su flor me dio la princesa
y la metí en mi corazón
para siempre ya tenerla.
Sangrando en mi corazón
la flor de la princesa
riega mi sangre de amor
y juguetea por mis venas.
¡Oh, virgen flor
de la princesa!
¡Oh, virgen flor
de felicidad eterna!