Dejamos la barca en la orilla.
Tú me miraste callado
y me guiñaste un ojo como me guiñabas entonces
pero con los dos ojos cerrados.
Dejamos la barca atrás,
quizás no fuera favorable el viento.
Tú te habías cansado de remar
y no era buen momento
para que yo me pusiera a remar
solo con mi remo.
Te dije: “Oye,
¿cuándo volverá a ser favorable el viento?”
Y respondiste:
“Cuando alguien como tú a mí
te ayude a remar con su remo”
Te dije: “¿Te vas?”
Y te fuiste. Sí. Te fuiste.
No sé por qué se quedaron los que nunca se fueron.
Te fuiste y me quedé en la orilla
con la barca y con mi remo,
con la soledad del que navega solo
sobre las olas de recuerdos.
Y en el mar descubrí entonces
que no es la vida el reflejo
sino la fuerza que nos hace navegar
aunque no sea favorable el viento.