Me declaro incapaz de seguir viviendo.
O, mejor dicho,
me declaro indispuesto,
que capaces hay muchos
por lo que veo.
Estoy harto de aprender
las horribles cosas que he tenido que ir aprendiendo:
que es sano mentir a veces,
que no es bueno ser bueno,
que es un cobarde
el que no se atreve a dar un beso,
que hay que dedicarse a lo que uno quiera,
eso sí, cuando ya nos hayamos buscado un buen sueldo,
que hay que disfrutar de la vida,
pero más tarde, después de trabajar, que si no hay demasiado tiempo.
Y yo no puedo más.
Me declaro indispuesto.
Tengo ganas de tumbarme en la vida
y, como en el agua, hacer el muerto.
Al fin y al cabo tengo todo lo que tiene el mar,
agua y sal, las lágrimas pueden ser mi sustento.
Voy a hacerme el muerto, sí,
abriré mucho los brazos y meteré el culo para dentro.
Así es como mi madre me enseñó
que había que hacerlo
en aquella época en la que aún estaba de acuerdo con las cosas
que iba aprendiendo,
cuando todavía me quedaba ilusión por cambiar
el instinto del ser humano aplicando nuevos medios,
cuando aún me quedaban además
buenas razones para hacerlo,
cuando aún no había ganado la batalla
la parte del ser humano que, no sé si para bien o para mal, nos llevó a ser esto.
Ahora supongo que ya como todos he llegado a esa edad
en la que a todos nos dan ganas de declararnos indispuestos,
pero como somos capaces
seguimos viviendo.
Me ha llegado. A diario me siento igual.
Saludos desde Ecuador.