Me la encontré de día,
pero olía a noche.
No sé si a la noche en la que intentó besarme
o aquella en la que estropeé su nombre.
Olía a noche.
Archivo de la etiqueta: mejores poesías
Pues sí se podía estar un año sin ella
y muchos años más sin él.
Pero o pienso que todo está ya establecido
o me da rabia pensar todo lo que la muerte me ha hecho perder.
Todo se supera;
la vida sigue avanzando más rápido cada vez.
Y ya no es la impotencia de la ausencia,
es el enfado de haber gastado un año más aprendiendo a perder.
No es que se hayan ido.
No es que ya no estén.
Es que cuando estaban, porque estaban,
la vida estaba bien.
Todo parecía completo
y sonaba muy distinto preguntar por qué.
Ahora aquello ya está lejos.
La vida, como siempre, se ha adaptado bien,
como una esponja espachurrada en la mano
que al soltarla vuelve a crecer.
Tú a tu ritmo, yo al tuyo.
No puedo despegarme de ti.
Sigue corriendo, yo te sigo.
Salgamos juntos ya de aquí.
Yo a tu ritmo, tú al tuyo.
No sé lo que entendía antes por vivir.
No darte las buenas noches
era una de esas cosas raras que se me solían ocurrir.
Tú a mi ritmo, que es el tuyo.
¿Cómo puedes estar tan enamorada de mí?
Si yo creía que esas cosas solo me pasaban
a mí cuando te conocí a ti.
Tú a tu ritmo, yo te sigo.
Tranquila, que no me despego de ti.
No soy tan tonto de dejar alejarse
a mi razón de vivir.
Yo a mi ritmo, tú me sigues.
Los dos estábamos hechos para coincidir.
Bastó que se cruzaran nuestras miradas.
No hizo falta ni que dijeras que sí.
Tú a tu ritmo, yo al tuyo.
Seguirte a ti es que tú me sigas a mí.
Nuestro ritmo es exactamente el mismo,
igual que nuestra forma de existir.
En el autobús leyendo a Simic
Haber llegado antes.
A veces en la vida tratamos a la gente nueva
mal.
Porque estamos cansados de esperar quizá,
estamos cansados ya del viaje.
Porque nos molesta ser siempre los primeros
que llegan a todas partes.
Haber llegado antes.
A veces tratamos a la gente como a quien se sube al autobús
y no le dejamos el sitio
por haber llegado tarde.
No entendemos en ese momento
que no es lo mismo que en misa o en una conferencia.
En la vida cada uno se nos sube en su parada.
No tiene por qué venir desde el principio.
Pero nosotros, que encima somos buenos,
no les dejamos el sitio
porque nos enfada que hayan llegado tarde.
Nos enfada incluso que quieran sentarse a nuestro lado
donde hemos puesto las bolsas con los sueños.
Y decimos: «Haber llegado antes».
Y no pensamos que la gente en la vida
llega cuando tiene que llegar.
Tápate un poco, que se te ve el corazón.
¿no querrás ir enseñándolo?,
que hay gente que puede ilusionarse al verlo
aunque no se haya enamorado.
No siempre vas a encontrar a gente como yo,
gente que sepa de verdad apreciarlo.
Puede que yo no fuera la persona indicada,
pero eso no significa que fuera malo.
Tápate un poco el corazón.
No vayas a encontrar a uno como al que tanto has odiado.
Tápate el corazón, que habrá gente
que te hará entender por qué yo luché tanto,
por qué luché tanto por lo nuestro
a pesar de que se veía que no iba hacia ningún lado.
Tú no te tapabas bien el corazón
y yo creía que era mío solo por poder tocarlo.
Tápate un poco, que se te ve el corazón.
No vaya a ser que alguno se crea algo,
que algunos sentimos que nos quieren
solo porque nos estén mirando.
Tápate un poco el corazón
y que te quieran antes de tocarlo.
No enseñes tan pronto lo mejor de ti,
que el que lo quiera luche por alcanzarlo.
Yo también me taparé el corazón,
aunque yo suelo llevarlo siempre tapado,
pero ahora no será para que luchen por él,
será para que nadie pueda encontrarlo.
Lo que escuece no es que nos dejen,
es que la persona se queje de las cosas que hemos hecho mal.
Dan ganas en esos momentos
de contraatacar,
de decir que la otra persona también ha tenido errores.
Posiblemente más.
Pero entonces caemos en la cuenta
de que eso es lo peor al final:
que no nos dejan porque nos hayamos equivocado,
sino porque no nos querían en verdad.
Por eso no sirve de nada
sacar todo lo malo y protestar,
intentar convencer a la otra persona
de que no es justo porque ella ha hecho más cosas mal.
No. Como mucho podríamos quejarnos
de que no haya sabido aguantar.
Pero si no ha sabido no es porque sea mala persona,
sino simplemente porque no llegó a querernos de verdad.
Si lo hubiera hecho,
por ningún motivo nos habría querido dejar.
Casi, por mucho que escueza, habría que agradecer
que se haya tomado la molestia de explicarnos por qué se va.
Pero lo mejor siempre, cuando se crea que el motivo es injusto,
es dejar que la persona se vaya. Y ya está.
Esos días que se creen más importantes que otros,
que nos hacen creer que los demás serán igual que ellos.
Esos días con ínfulas de meses, de vidas,
que se creen que no podremos ser nunca felices
solo porque un día lloremos.
El otro día me encaré con uno,
le enseñé aquella tristeza que fracturé en un verso
la tarde en la que un solo mensaje
me hizo querer vivirlo todo
justo después de haber querido estar muerto.
Lo malo es que esos días a veces
consiguen convencerme a base de recuerdos:
los saben ordenar de tal manera
que hacen que mi propia vida me dé miedo.
Intento hablarles del futuro que me espera,
pero hasta yo sé que el futuro nunca es un buen argumento.
Esos días me ganan
y les creo,
pero qué gusto da recordarlos después
y reírse de ellos,
tacharlos con fuerza en el calendario,
ver lo ridículo y absurdo que es
visto desde lejos el tiempo.
Qué gusto da pararse a pensar
también los días buenos,
escribir poesías sin demasiadas ganas
por el deber de preparar para los otros días un buen argumento,
para esos días que se creen tan importantes
a pesar de que mi vida al final siempre ha podido con ellos.
Yo siempre te voy a querer.
El problema será si tú no me quieres.
No sé si eso es bueno.
No sé si es bueno querer de forma tan segura,
dejar solo en tu mano que esto acabe.
Pero es que yo siempre te voy a querer,
hasta cuando no me quieras,
hasta cuando te hayas ido
y todas las partes de mí
—menos esta que siempre se resiste—
traten de convencerme.
No sé si esto es bueno,
pero nunca sé si lo que siento es bueno.
Al fin y al cabo como el niño al que le gusta lo que no puede comer
yo siempre me he sentido bien
con lo que más daño me hacía.
Y no entendía que el resto de partes de mí me gritaran.
Yo no me sentía bien para ofender a nadie,
me sentía bien porque estaba a gusto.
Me sentía bien porque al fin llegaba a tocar el techo de los sentimientos.
Y me siento bien ahora.
Y quizá un día te vayas.
Y quizá un día dejes de quererme,
pero yo te voy a querer siempre.
Lo único que cambiará cuando dejes de quererme
es que otra vez se pondrán todas las partes de mi cuerpo contra mí
y yo buscaré a alguien para que me dejen tranquilo
como cuando buscaba a otras porque no aceptaba
que no existiera alguien como tú.
Y será peor porque ahora
tendré que olvidar que sí existías
Yo buscaba lejos
porque yo siempre busco lejos
No me podía creer que estuvieras tan cerca.
No podías ser tú ya ahí.
La vida nunca me era tan buena.
Por eso buscaba lejos, siempre lejos,
tan lejos que me salía fuera.
Y no estabas y no te veía, pero te necesitaba,
igual que para que salgan los cálculos se necesita que exista un planeta.
¿Cómo te vi al final?
Seguramente me rindiera.
Seguramente asumí
que era imposible que alguien como tú existiera,
alguien capaz de importarme tanto,
que tumbara en un segundo tantos años de espera,
alguien que consiguiera hacerme olvidar
la rabia de haber estado tanto tiempo andando
en la dirección incorrecta.
Te vi
porque volví a buscar cerca,
en ese cajón donde uno guarda las cosas importantes
y ya no busca en él porque no puede estar ahí lo que no se encuentra,
porque es imposible que esté ahí,
es demasiado bueno para no darse cuenta.
Y estabas ahí,
tan cerca,
Y ahora estás aquí.
Y la vida me alegra.
Y ya no busco nunca lejos
porque todo lo que busco sigue estando cerca.
Si por algo merece la pena escribir
es por los que están solos,
por los que sienten,
por los que aún tienen la incertidumbre
de si es verdad
que un día todo se entiende.
Por los que están hartos
de la gente,
por los que son raros,
por la gente a la que divierten,
por los que aún siguen suspirando
porque se creen diferentes,
por los que nunca escribirían
porque es deprimente.
Si por algo merece la pena escribir
es porque a veces
uno querría comprender tan bien la vida
como los que nunca quieren.