La vida es imperfecta
e inexplicable
se empieza a comprender
cuando ya es tarde.
Y no se puede
hacer entonces nada
porque se muere.

La vida es imperfecta
y nunca hay nadie
que dé alguna respuesta,
que explique el hambre.
Y yo no puedo
seguir viviendo así
porque me muero.

La vida era imperfecta
y no hubo nadie
pero llegaste tú
y aún no era tarde.
Y tú sí puedes
hacerme comprender
que no se muere.

La vida es imperfecta
hasta que llega
quien puede responder
sin dar respuestas.
Y así ahora puedo
saber que nunca es tarde
aunque esté muerto.

No sé si puedo.
Piensa que ya soy mayor. Te diría que incluso viejo.
Piensa que hasta a mí me cuesta creerme
que esta vez son distintos mis tequieros.

No sé si puedo. No sé si puedo.
Hasta he llegado a pensar
que te quiero más porque te quiero menos,
lo cual me parece bastante raro.
No sé ni por qué me lo creo.

Y es que no sé si puedo.
Pero es que te miro y veo
todo lo que me inventé en otras, todo lo que decían que no me podían dar,
a lo que yo les respondía que bueno.

Te miro y siento que sí puedo. Aunque no sé si puedo.
Piensa que yo había dejado el corazón
como el que termina un libro sabiendo
que no se lo va a volver a leer porque es demasiado bueno.
No quería estropearlo más.
Sentir que ya no es tan bonito al releerlo.

Por eso, no sé si puedo.
Pero tú lees de otra forma,
recitas mejor mis besos,
y sabes leer que sí
cuando yo digo que no puedo.

¡Qué distinto es todo!
A ti sí te veo entre la lluvia.
Estás ahí en las tardes de más tristeza,
en las que de todas las cosas por hacer no me apetece hacer ninguna.

Estás ahí y me puedo quedar mirando a la ventana
porque ahora el tedio de vivir está más lejos que tu figura
y se ve peor y ya tienen sentido los momentos de no hacer nada
porque hasta esos momentos ahora ya nos juntan.

Estás ahí, sí, estás y te veo
hasta cuando se me mete en los ojos la lluvia.

¡Qué distinto es todo!
Es como ir por encima de las nubes en avión
y que llover solo parezca una cuestión de altura.
Es como llorar y que las lágrimas parezcan
pelos que se caen, como cortarse las uñas.
Tú haces que los días que lo absorben todo
los vea desde fuera con indiferencia pura,
como el que ve caer partes de él por el desagüe
y no le importa porque entiende que esas partes no son ya suyas.

La tristeza es deshacerse de cosas
que luego siempre vuelven a crecer. No hay duda.
Ahora lo sé,
ahora que ya entiendo por qué de vez en cuando llueve,
ahora que a ti sí te veo entre la lluvia.

¿Cuánto tiempo tiene que pasar —me preguntan—
para que deje de doler?
¿Hay un momento exacto?
¿Es verdad que es por cada año un mes?
Podría calcularlo en mi caso,
pero seguro que tan exacto no es.
Puede ser de repente un día
en el que uno se siente distinto sin saber por qué.
Puede ser antes, aunque casi siempre es más tarde,
que cuando se deja de querer.

Puede ser que como algunas heridas
siga doliendo
aunque ni siquiera recordemos el momento de hacernos daño cómo fue.
O puede que el dolor se vaya pronto
que con sorpresa descubramos
que la herida no es al fin y al cabo tan profunda en la piel.

¿Cuánto tiempo tiene que pasar?
No lo sé.
A todos nos gustaría que fuera cuanto antes,
pero casi siempre es después,
cuando ya hemos sentido que la vida puede ser muy lenta,
cuando hemos sentido la misma torpeza al vivirla
que al intentar pronunciar una palabra larga al revés,
o la de intentar escribir con la mano contraria,
o la de intentar recordar, cuando uno ya ha olvidado todo lo que fue.
Casi siempre es después de haber sentido el vacío
de tener que vivir un día entero sin tener nada que hacer.
Casi siempre es después de haber sentido que el resto saben encajar las cosas
y son felices y saben entender la vida bien.
Casi siempre es después.
Casi siempre es después de que sintamos la suficiente tristeza
para hacernos sentir culpables cuando por fin deja de doler,
casi siempre es después de habernos sentido dependientes de nuestros amigos,
de haber sentido que nos queda mucho por aprender,
de haber exigido la presencia de alguna compañía,
de haber sentido que nunca más podremos estar bien solos otra vez.

Podría ser antes,
pero casi siempre es después.
Y es que a la vida no le basta con hacernos perder a alguien,
encima su pérdida nos tiene que doler.

Lo bueno es que al final pasado un tiempo
el dolor empieza siempre a desaparecer.
Y no importa lo que haya costado al final curar la herida
No importa no saber el momento exacto en el que la herida se nos fue.
No importa que no quede nadie a nuestro lado.
Lo que importa es que por fin estaremos recuperados
para que nos puedan herir otra vez.

No me digas que te has muerto, ¿vale?
Déjame vivir con esa ilusión.
Deja que siga apuntándome cosas
para preguntarte cuando volvamos a estar juntos los dos.

No me digas que te has ido para siempre,
que ya empiezo a sospecharlo yo.
Dime, no sé, que han retrasado tu vuelo,
que hay una complicada avería en el avión.

No me digas que ya te es imposible quererme,
deja que lo note poco a poco en lo bajito que va sonando tu voz.
Pero, de verdad, no me digas que ahora ya te es imposible quererme
ni que te has ido para siempre, ni que la muerte te llevó.

¿Por qué va a ser menos el amor de ahora
solo porque ya no den golpes los latidos de tu corazón?
¿Qué tontería es esa?
¿Acaso se reduce a golpes y pensamientos el amor?

No me digas que te has muerto, ¿vale?
Que no quiero caer en la tentación
de pensar que todo se acaba un día porque somos
solo carne que mientras se mueve está viva
y luego ya no.

Me da miedo quererte por si un día te pierdo.
Las rosas del camino me espantan con su llanto.
Temo verme obligado a escribirte una elegía,
y a despedirme con un poema estrangulado.
Querría no quererte, con miedo hasta los huesos.
Las piedras del granizo estallan contra el campo.
Estás tan alejada, que puede que estés muerta:
una voz invisible lo dice susurrando.
El futuro me ahoga, repleto de agonía;
me cubre silencioso su diabólico manto.
Me escondo de mi mente para que tu recuerdo
no sumerja su cuerpo en mi dolor desangrado.
Tengo tanta certeza de que me olvidarás,
que no sé por qué te escribo estos versos desolados.
Los dejarás perdidos en un cajón sin llave
que jamás será abierto de nuevo por tus manos.
El sol no nacerá una mañana oscurecida,
pues lo habrán apagado mis penas y los astros.

Me da miedo quererte por si un día te pierdo.
Los pájaros aúllan llenándome de espanto.
Mis labios dejarán ya de pronunciar tu nombre.
Los pétalos irán cayendo suaves del tallo.
Hoy parece la luna mirarme con tristeza,
como si fuera cierto lo que estoy imaginando.
El río se llevó las piedras de la ribera,
las piedras que algún día juntos acariciamos.

Me da miedo quererte por si un día te pierdo.
Eso debe de ser por lo que te quiero tanto.

Porque te escribiré el poema más triste un día,
porque me alejaré a los lugares solitarios,
porque me olvidaré de tus ojos y tus labios,
te quiero mucho más que a mi vesánica vida.

En esos días en que siento
que el amor no sirve para nada,
que la muerte no sirve para nada,
que nada sirve para nada,
que vivimos por error,
que tal vez nuestra vida
es un espejo en nuestros ojos.

En esos días en que siento
que ni tú me sirves para nada,
que la gente muere porque sí,
y que no importa.
En esos días…

En esos días pienso
que quizás lo mejor es olvidarse
y tratar de distraerse
en esta vida que no importa cuándo acabe
porque morir no sirve para nada,
en esta vida en la que amar mientras
empieza a parecerme
una aburrida distracción
que no lleva a ninguna parte
aunque a veces consiga
que llegue a pensar que tal vez
hay algo que no entiendo
y es eso por lo que quizás
puede ser que merezca la pena seguir viviendo.

Ya no.
Con lo fácil que era hacerlo bien.
¿Fácil?
Pero si es que yo no soy así.
¿Por qué cambia tanto querer?
¿Cambia o saca lo que soy?
No es fácil hacerlo bien.
Es imposible.
Siendo como soy.
Siendo como somos.
Por eso hay que encontrar a la persona
con quien no importe hacerlo mal
si es que queremos querer
si es que queremos hacer bien
lo que de manera irremediable se hace mal.

Me das el tiempo que te sobra
y yo a ti el tiempo que no existe.
Lo que no es posible lo convierto en verso,
pero a ti demasiadas cosas te parecen imposibles.
Hay cosas que te digo y te da igual no comprenderlas.
Yo investigo si no entiendo lo que dices.
Hay demasiadas cosas que me has hecho aprender de la vida,
debería empezar otra vez a vivir para entender bien cómo vives.
Y aun así dices que no sabes si soy yo lo que buscas
y yo creo que es porque no consigo darte todo lo que pides.
Tal vez si a mí no me sobrara tanto tiempo,
si no supiera que las cosas más bonitas son las que parece que no existen,
si no inventara tantos sentimientos
para entenderme cada vez que estoy triste,
si no quisiera saber tanto de la vida,
si no tratara de creerme siempre todo lo que me dicen.
Tal vez
si volviera a aprender a reírme,
si me parara a pensar por qué te quiero realmente,
si pudiera distinguir lo que necesitas de lo que creo que me pides,
tal vez entonces te faltaría tiempo para darme,
o tal vez yo sabría que no eres tú por la que merece la pena
inventar cosas que no existen.

Y ya está.
Hemos pasado
la esquina más difícil de pasar.
Hemos aprendido
que decir las cosas
también es importante para amar.
Ya solo nos queda
dejar la vida pasar
que si yo me quedo pensativo
no dudes ni un segundo en protestar,
que si tú te quedas sin respuestas,
yo me quede sin ganas de preguntar,
que no queramos entenderlo todo
porque eso no es amar:
eso es intentar buscar excusas
para no vivir como los demás,
eso es intentar parar la esfera
sin quererla realmente parar,
eso es quejarse de vivir con algo
sin lo cual no nos podríamos quejar,
eso es creer que un sentimiento
es algo más que un trozo de metal.
Y ya está,
¿para qué queremos mejorar algo
que lo único que hace de esa forma es empeorar?
¿para qué queremos llenar de adornos algo
que está muy bien ya como está,
que ni es nada ni lo es todo,
pero que es algo
y ya está?