En respuesta, quizás, a «Se deja de querer»
de José Ángel Buesa.

Lo malo es que no se deja de querer en un momento.
Se sigue queriendo.
No importa saber que estar juntos
es el único camino que no lleva al amor verdadero.
Se sigue queriendo,
y eso es lo malo,
que se siguen conociendo las reacciones de la otra persona
ante los recuerdos.
Y se sigue sabiendo
lo que la otra persona opinará
de las últimas noticias, de los últimos sucesos.
Eso es lo malo,
que el amor se confunde fácilmente con seguir queriendo,
y seguir queriendo a veces,
incluso aunque los dos sigan queriendo,
puede no ser más que el contradictorio temor,
el miedo,
de que en la espera de acabar con esa inútil relación
se vaya con otro nuestro amor verdadero.

Se deja de querer, sí,
pero a veces es peor seguir queriendo.

Siento vuestras pasiones en mi mano
y tengo miedo de romperlas en pedazos.
Por eso intento que mis versos
os consuelen convirtiéndose en abrazos.

Que mis palabras sean las promesas
que se cumplen,
que se sienta al leerlas que se besa
a la amada que se escapa y huye.

Siento vuestras vidas en la palma
y las acaricio suavemente con los dedos
porque posarme silencioso en vuestras almas
es todo lo que con mi poesía puedo.

Y así trato de abrazar vuestras pasiones
con versos simples y rimas cotidianas
porque las poesías que estremecen corazones
son las que llegan más humildes y humanas.

¡Cómo echarás de menos cuando me haya marchado
mi voz que tantas veces callaron tus palabras!
La recordarás siempre con el corazón roto
y lamentarás no haber sabido aprovecharlas.

¡Cómo desearás oír mi voz ronca de nuevo
rozando tus oídos con dulzura escarlata!
Sonará su falso eco por las noches
y tú lo apartarás de tus sueños asfixiada.

¡Cómo echarás de menos cuando me haya marchado
mi voz que despreciaste cuando aún eras mi amada!
Y yo te gritaré desde mi soledad triste
sabiendo que ya no me queda por perder nada.

¡Cómo lamentarás no haberme escuchado
en esas dulces noches de olvido solitarias!
Y yo arrojaré a la hoguera del recuerdo
las palabras que no te dije porque tú hablabas.

Ya no hablarás con otros por miedo a no escucharles
y por miedo a dejar sola otra vez tu alma.
Y yo ya no hablaré por miedo a recordarte
cuando me escuche atentamente mi nueva amada.

¡Cómo me echarás de menos cuando me haya ido!
¡Cómo añoraré que tu dulzura me callara!
Y en el mar de tu voz me ahogaré sin resistencia
y el eco de mi voz te ahogará desesperada.

Llorarás perdida las noches de silencio
y yo escribiré versos las noches que me hablabas.
Y todo porque no supimos darnos cuenta
que en mi silencio y en tu voz la vida nos juntaba.

Los espíritus tocan
a los que son casi transparentes.
Los cogen por detrás
y ellos los sienten
Les gustaría ser como ellos:
casi transparentes.
Les gustaría sentir lo que ellos sienten.
Tienen el alma a flote
y el corazón en los dientes.
Son personas especiales
y tienen a Dios presente.
Sus manos son cálidas,
sus ojos diferentes.
Tienen la piel muy clara
son casi transparentes.

Porque ya olvidé mis recuerdos
y comprendí que no eran nada
Porque ya lo entregué todo
y me quedé hasta sin ganas
Porque ya he amado antes
No quiero enamorarme

Porque ya tuve mi tiempo
y ya no hay nada que me valga
Porque ya pertenecí a alguien
y me vendió en una subasta
Porque ya he amado antes
No quiero enamorarme

Porque sé que nada vuelve
y tú no fuiste el primero en encender la llama
Porque sé que no es posible
que te ame como amaba
Porque ya he amado antes
No quiero enamorarme

Pero tú me diste algo
que me dejó destrozada
Me demostraste que nunca
había estado enamorada

Y como no había amado antes
no dudé en enamorarme

Incomprendido en el mar
como una piedra más.
Alejado del cielo
y, bajo el cielo, solo.
Solo bajo el mar.

Incomprendido en el mar
como una estrella más.
Reflejado en el agua
y, en el agua, llorando
lágrimas de sal.

Incomprendido en el mar
como un suspiro más.
Volando por la brisa
y, en la brisa, cantando
sin poder amar.
Incomprendido en el mar
como un náufrago más.
Olvidado en las olas.
Ellas la secuestraron.
Nunca volverá.

Incomprendido en el mar
como agua.
Nada más.

Me gusta la gramática.
Y por eso me gusta la poesía.
O al revés.
Me gustan las palabras milimétricas,
las que con precisión miden
la longitud de la garganta,
el tamaño de mi corazón,
la nitidez de los matices,
las deícticas terribles diferencias
entre los pronombres «tú» y «yo».

Me gusta la poesía.
Y por eso me gusta la gramática.
O al revés.
Me gusta controlar
todos los rasgos que se esconden
detrás de los símbolos escuálidos
a quienes confío mi alma,
a quienes dejo mis recuerdos
como unos padres a su hijo
en su primer día de guardería, fuera de casa.

Por eso me gusta la gramática.
Por eso me gusta la poesía.
Porque cuanto más froto mi tiempo sobre ellas
más nítido veo el reflejo
de lo que se esconde en su interior,
en mi interior,
en mi gramatical ternura,
en las minúsculas sintáctico-semánticas partículas
de mi poético y a simple vista inexistente
instinto de amor.
O al revés:
amor por el instinto
de los poéticos sintagmas
que me permiten disfrutar de la tristeza de ser yo.

Fíjate qué tontería:
comprar un aguacate en un supermercado.
No podría haber nada más insulso,
nada más liviano.
Pero al paso de los días
hasta eso puede volverse terriblemente amargo.
¿Por qué me habré acordado justo de eso?
No lo sé.
Quizás algo que haya visto me lo ha recordado.
Lo cierto es que cualquier situación,
cualquier pequeña estupidez del pasado
recuerda amargamente
lo imposible que es aprovecharlo,
y devuelve esa terrible sensación
de ver que realmente al final
ni un aguacate se puede conservar para siempre en la mano.

Vendrá el mar a llevarse mis poesías.
Me arrastrarán las olas a la arena.
Seré el perdido náufrago que duerme
en un barco de tierra.

Me hablarán las medusas que se mueren
como yo me moría en la galerna.
Me herirán sus tentáculos de lluvia
en mi alma sin isla y sin botella.

Seré el perdido náufrago que mira
cómo el mar le arrebata sus poemas
e intenta en su impotencia reescribirlos
con el dedo en la arena.

Seré un náufrago
moribundo en la arena
recuperando espíritus de versos
que borrarán las mismas olas cuando vuelvan.

Hay vidas en las que uno se despierta torpe.
Debe ser lo que me ha pasado a mí.
Siento que a diferencia de otros
yo no he aprendido bien a vivir.

Sigo con las mismas dudas de siempre,
el mismo extraño anhelo de sobrevivir,
incluso me enamoro con más fuerza que entonces,
como si esta vez no fuera como siempre a sufrir.

Hay días en los que uno se despierta torpe
como si hubiera perdido habilidades al dormir.
Hay días en los que uno piensa demasiadas cosas
y hasta tiene peor letra al escribir.

Son vidas en las que uno se tropieza con las cosas
como si las hubieran puesto aposta ahí.
Son días en los que uno se queja
de todo lo que ha sido siempre así.

Entonces uno siente que la vida puede
seguir consistiendo simplemente en vivir
y que el que cambia es en verdad uno:
que hay días que no asume su manera de existir.