Te amé en silencio tanto que un día me miraste
como quien mira a aquel que le sigue en la distancia

y el aire se partió en pedazos infinitos
y el tiempo derrumbó las paredes de la infancia.

Me quisiste, admítelo, al menos ese instante,
tanto como te quise yo desde que te amaba.

Los dos éramos uno, unidos por un puente
que en silencio cruzaban sólo nuestras miradas.

¡Ah! Recuerdo aquel día en que por fin me miraste
después de tanto tiempo, de tantas madrugadas.

Mi seguro corazón creyó que ya eras mía
y te dejó escapar en brazos de la confianza.

El puente del amor que tendimos de uno a otro
por tu lado tenía la puerta aún cerrada.

Creí que me amarías tan sólo con mirarme.
Olvidé que al amar hacen falta las palabras.

Y, aunque intenté que vieras mi secreto al mirarnos,
no tenías por qué haber sospechado nada.

Por eso, aunque te fuiste, te he escrito hoy estos versos,
aunque seguramente ya no sirvan de nada.

Por eso, aunque te fuiste, te escribo hoy estos versos,
porque hay cosas que quedan aunque un día se vayan,

porque sé que me quisiste al menos ese instante
porque sé que te quiero cada hora que pasa,

porque sé que nadie como tú aquel instante
ha sabido decir tantas cosas sin palabras,

porque la próxima vez que me mires no quiero
que el silencio te obligue a apartarme la mirada,

ni me mires como al que te sigue desde lejos
y se queda siempre lejos… sin decirte nada

Lo intento. De verdad. Lo intento.
Doy una vuelta y otra,
repaso todo lo que he hecho.
Salgo a la calle, miro,
me encierro en mi cuarto, leo.
Escribo, escribo, escribo.
Lo intento.
Hasta estoy enamorado.
Hasta me he aprendido de memoria alguno de esos versos.
Pienso continuamente.
Hace bastantes sueños que no duermo.
He dejado de pensar en los que no vuelven.
Es imposible aprovechar más el tiempo.

Pero no lo veo. Me toca por detrás
y siempre me giro demasiado lento.
Estoy demasiado distraído.
O demasiado atento.
No sé si podré algún día.
Yo no sirvo para esto.
Tengo mi vida en las manos
y la noto como si fuera pegamento.
He dejado atrás muchas cosas,
pero cada vez hay menos sitio para lo nuevo.
Soy quizá quien quise ser
o tal vez todo fue porque temía llegar a esto.
Me da igual.
Yo lo intento.
Ya me giraré más deprisa
cuando esté despierto.
Ya lo conseguiré alcanzar
el día de mi nacimiento,
cuando entienda que intentarlo la primera vez
es ya un gran acierto.

¿Le debería decir:
«Oye, te seguí recordando.
No te creas que te olvidé al momento»?
¿Le debería decir:
«Sí, ahora estoy mucho mejor,
pero me costó incluso querer estar bien bastante tiempo»?
¿Le debería decir
que aprendí mucho con ella,
que quizá hasta esto se lo debo?
¿Debería decirle que ella tenía cosas buenas,
pero que ni yo ni aquellos años éramos los indicados para verlo?

O debería callarme y dejar
que la decepción siga borrando los recuerdos,
aceptar que el final fue muy triste
para tener una buena excusa que nos libre de tener que comprenderlo.

Le debería decir:
«Oye, estuvo muy bien.
Lástima que fueran tan distintos nuestros sueños.
Me habría encantado vivirlos contigo,
pero sé que juntos nunca habríamos llegado a ellos».

O tal vez debería callarme y asumir
que también ella, a pesar de todo, me olvidó hace tiempo.

Pues al final yo no era tan difícil.
Al final sabía querer igual que todos.
Soy raro, sí, y me enfado a veces,
pero nada que no vea que hacen otros.
¿Por qué no había encontrado a nadie antes?
Quizá porque nadie me había mirado de este modo.
Quizá porque hay poca gente que sepa distinguir
entre lo que dice uno y lo que siente en el fondo.
Quizá porque no supe venderme en estos tiempos,
y los que no vemos el mundo como una transacción somos muy pocos.
Quizá porque yo nunca he sabido mentir
y antes de presumir he preferido siempre emborronarlo todo.
Quizá porque siempre me he exigido demasiado
y creyéndome abocado a estropear mi mundo
he preferido estropearlo solo.
Quizá porque hasta que tú llegaste
siempre había creído que los demás me consideraban tonto.
Quizá porque solo tú entendiste que no basta con quererme,
que había que hacer que me dejara querer por otro.
Y eso no era tan difícil
o al menos no muy complicado en el fondo:
era ir limpiando cada día,
tarde a tarde, trozo a trozo,
las lágrimas grises que guardé en mi corazón
cuando cada golpe de la vida me parecía una razón más para estar solo.
No era tan difícil.
A ti desde luego te costó muy poco.
Me demostraste que quererme yo era quererte más a ti,
era querernos más a nosotros.

No puedo desaprovechar la oportunidad.
Algo relacionado con la poesía me ha contrariado.
Incluso hasta aquí llegan las reglas de la vida.
En todo se entromete el miedo al fracaso.
No pasa nada. No dejaré de escribir.
Escribiré más si acaso.
Y escribiré para mí.
Y para quien quiera comparar pasados.
Si por algo se cambia
es porque cuesta creerse que pueda existir
alguien que nos aprecie sin cambios.
Ahora volveré a ser más yo
y podré gustar mejor
a los que como yo huyen de lo que supuestamente
nos da más prestigio como humanos.
Volveré aún más a la sinceridad,
a dejar que las lágrimas borren letras si escribo llorando.
Volveré a volcar palabras
y a ordenarlas como pueda con la mano.
Y así me seguirá contrariando todo, incluso la poesía,
pero siempre estaré preparado,
siempre tendré algo que decir
porque el corazón, cuando está a gusto,
no se puede estar callado.

Yo soy de los que no enseñan las cartas
después del amor.
No me gusta enseñar cómo he perdido.
No me gusta que se sepa que con esas cartas
no debí arriesgar.
No me gusta que piensen
que también en esto
vendo trozos de vida antes de haberlos vivido.

Yo no enseño las cartas.
Que quepa la posibilidad
de que no haya perdido,
de que hasta a la persona que más daño me ha hecho
la deje ganar
para que no nos una el sentimiento de no haber podido.

Suelto las cartas bocabajo y me voy.
Y así vivo,
jugando demasiado para ver si un día gano,
pero sabiendo que pase lo que pase
seré yo el que saldrá vencido.

Algún día llegará la persona que entienda
que aposté todo lo vivido
para que ella lo apostara también
y sin mirar las cartas
se viniera conmigo.

¡Cómo te voy a olvidar!
Va a ser memorable.
Sí, trátame con desprecio,
con mucho desprecio,
que así será más épico mi olvido.

¡Cómo te voy a olvidar!
Tú sigue sin quererme,
que lo borraré todo
y no quedará huella de ti.

¡Cómo te voy a olvidar!
Voy a reventar recuerdos.
Desaparecerás completamente
y te arrebataré el papel de héroe
de mi vida.

¡Cómo te voy a olvidar!
Eso: ¿cómo te voy a olvidar?
Cómo te voy a olvidar
si ya debería haberlo hecho
y aún sigues.

¿Qué me pasa?
¿En serio no hay manera de que me libre?
¿No hay posibilidad de que me acuerde
de todas las cosas que me hacen feliz
cuando estoy triste?

¿Cómo se llamarán esas cosas
que uno nunca recuerda aunque no las olvide?
¿Adónde huirán
en cuanto notan el peligro de que las necesite?
¿Por qué siempre parece más cobarde
todo lo sensible?

¿Qué me pasa? ¿De verdad no he conseguido
ni que esas partes de mí a las que les interesa que yo esté bien
me auxilien?
¿Acaso me guardan rencor?
¿Acaso no saben que lo que tanto daño les hizo
a mí estuvo a punto de destruirme?

No sé. Quizá yo mismo las escondo
cuando me pongo triste
para que no las dañe la tristeza con su forma
de explicar tan bien que existen cosas imposibles.
Quizá debería estar más orgulloso de mí,
a pesar de estar a veces tan triste,
y entender que si lo estoy es porque escondo mis ganas de vivir
para que sigan creyendo que cualquier cosa es posible.

Madrileño, no muy feo,
listo, bueno, con el suficiente dinero.
El menos poeta de entre los poetas
y encima de los que ponen rima a los versos.
Soy el menos indicado para tocar el alma,
pero a casi todas horas lo intento.
Siento que no encajo entre los que no encajan,
que soy demasiado normal para lo raro que me veo,
que no puedo quejarme de la vida,
que lo que me hace sufrir es porque juego demasiado con los sentimientos
y que, si se me rompe alguno,
es porque me lo merezco.

De ciudad, ni siquiera fumador,
ese al que los padres ponían como ejemplo.
Alguien que antes de quejarse de las injusticias
trata de ver las que él mismo lleva dentro.
Toda la vida sintiendo que nació para ser otro,
que su mundo era mucho más fácil que todo esto.
Toda la vida complicándome:
siendo poeta, pudiendo ser uno más
de los que felizmente nacen muertos.

No eran las peleas,
sino las reconciliaciones lo que hacía daño.
Pero yo las necesitaba, las necesitaba.
Debería empezar a sospechar de lo que es tan necesario:
puede ser crucial para la vida,
pero generalmente no es más que un engaño.
¿Era crucial para mi vida?
¿Pude vivir después de que todo hubiera acabado?
Sí,
pero todavía la estoy olvidando.
¿Alguna vez tu corazón ha llegado a olvidar
que debe seguir palpitando?
No lo sé, a veces noto
como si, desde que se fue ella, palpitara más despacio.
Ir más lento no es olvidar,
es recordar sin que el futuro haga daño.
El futuro ahora mismo
es lo único con lo que me siento a salvo.
Entonces es que viviste
cruelmente engañado.
Cada pelea te lo quería decir,
pero el problema de los gritos es que siempre quedan como los malos.
Y las reconciliaciones aprovechan
para seducirnos cogiéndonos entonces de la mano.
Y tú las necesitabas en ese momento, sí,
pero la vida es mucho más larga de lo que parece
cuando creemos que hemos acertado.
Lo suficiente para hacer comprender
por qué eran errores los aciertos del pasado,
por qué era mejor perder
cuando ganar era encerrarse en un triunfo sin resultado.
Ahora entiendo.
Por eso siempre acababa con heridas en las manos.
Hay caricias que no duelen
porque se camuflan tocando por otro lado
y para que no escuezan las cicatrices
es necesario que se sigan camuflando.
Hay que buscar entonces el amor
que sea perfecto sin ser necesario.