Para qué hundirnos en lo malo.
Lo que ya pasó, parece tonto decirlo, pero es pasado.
Veámoslo todo desde el lado bueno.
Qué bien que le dio a otro aquel beso.
Así aprendí que no es malo ser joven,
que a esa edad los golpes aún no recuerdan,
sino que responden.
Qué bien que me dejó el corazón destrozado.
Así aprendí que, aunque apetezca,
el amor tampoco se empieza por el tejado.
Qué bien que perdí tanto tiempo pensando en ella.
Así estuve distraído
y no me preocupé de lo triste que sería perderla.

Para qué hundirme, pues, ahora en lo malo.
Para qué pensar si ese «Te quiero» ya lo dijo
con el corazón mirando para otro lado.
Es mejor pensar que todo eso me hizo fuerte
y que por eso ahora puedo aguantar sin sufrir
más de dos días sin verte.
Es mejor pensar que el tiempo invertido
no hizo más que confirmar que, aun muerto,
se puede seguir estando vivo.
Qué bien que su cuerpo fuera tan suave.
Ahora sé que el tuyo lo es más,
ahora sé que lo perfecto es fácilmente superable.
Qué bien que, aun dejándolo yo, fuera yo el perjudicado,
ahora sé que intentar hacerlo bien pero hacerlo mal
no es tan raro.
Qué bien de verdad que me diera tantos palos la vida
así consideré que era normal no ser feliz
en la edad en que serlo era una simple alegoría.

Lo malo es que aún me siento un poco culpable
de haberle hecho perder el tiempo,
de no haberle dado motivos suficientes para amarme.
Aunque, pensándolo bien, si sufrió o sigue sufriendo por mi culpa,
será porque no se ha planteado las cosas como yo nunca.
El día que se las plantee seguro que dirá «Qué bien
que él supo hacerme sufrir
como le hice sufrir yo a él».
Y así los dos, viéndolo todo desde el lado bueno,
seremos por fin verdaderamente felices
aunque no nos olvidemos.

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