Tú me has hecho ser lo que siempre he querido ser
pero no sabía cómo.
No era decir cosas distintas,
era decir lo mismo, pero de distinto modo.
No era olvidar todos mis sueños,
era saber soñar también con los ojos.
Podía ser como siempre había querido:
bastaba con no sentirme más solo,
bastaba con que dejara de pensar cosas malas
yo que siempre encuentro maneras de tener la razón en todo.

Me enseñaste a partir la vida
porque es más fácil de manejar en trozos.
Me enseñaste que es más fácil ordenarla
por objetivos que por sueños rotos.

Me has hecho ser lo que siempre he querido ser
sin cambiarme, dejándome que me diera cuenta solo,
queriéndome simplemente
porque el que se siente querido puede siempre con todo.
Tenía las herramientas y las esperanzas para ser feliz,
pero faltaba que llegaras tú
y que creer en mí me enseñara cómo.

Y así me enseñaste que bastaba con mi corazón para ser feliz,
que no hacía falta otro.
Y así ahora soy quien siempre he querido ser,
así por fin he comprendido que siempre lo he tenido todo,
que solo me faltabas tú,
que me faltabas tú solo.

Pues sí se podía estar un año sin ella
y muchos años más sin él.
Pero o pienso que todo está ya establecido
o me da rabia pensar todo lo que la muerte me ha hecho perder.
Todo se supera;
la vida sigue avanzando más rápido cada vez.
Y ya no es la impotencia de la ausencia,
es el enfado de haber gastado un año más aprendiendo a perder.

No es que se hayan ido.
No es que ya no estén.
Es que cuando estaban, porque estaban,
la vida estaba bien.
Todo parecía completo
y sonaba muy distinto preguntar por qué.

Ahora aquello ya está lejos.
La vida, como siempre, se ha adaptado bien,
como una esponja espachurrada en la mano
que al soltarla vuelve a crecer.

Tú a tu ritmo, yo al tuyo.
No puedo despegarme de ti.
Sigue corriendo, yo te sigo.
Salgamos juntos ya de aquí.

Yo a tu ritmo, tú al tuyo.
No sé lo que entendía antes por vivir.
No darte las buenas noches
era una de esas cosas raras que se me solían ocurrir.

Tú a mi ritmo, que es el tuyo.
¿Cómo puedes estar tan enamorada de mí?
Si yo creía que esas cosas solo me pasaban
a mí cuando te conocí a ti.

Tú a tu ritmo, yo te sigo.
Tranquila, que no me despego de ti.
No soy tan tonto de dejar alejarse
a mi razón de vivir.

Yo a mi ritmo, tú me sigues.
Los dos estábamos hechos para coincidir.
Bastó que se cruzaran nuestras miradas.
No hizo falta ni que dijeras que sí.

Tú a tu ritmo, yo al tuyo.
Seguirte a ti es que tú me sigas a mí.
Nuestro ritmo es exactamente el mismo,
igual que nuestra forma de existir.

En el autobús leyendo a Simic

Haber llegado antes.
A veces en la vida tratamos a la gente nueva
mal.
Porque estamos cansados de esperar quizá,
estamos cansados ya del viaje.
Porque nos molesta ser siempre los primeros
que llegan a todas partes.

Haber llegado antes.
A veces tratamos a la gente como a quien se sube al autobús
y no le dejamos el sitio
por haber llegado tarde.
No entendemos en ese momento
que no es lo mismo que en misa o en una conferencia.
En la vida cada uno se nos sube en su parada.
No tiene por qué venir desde el principio.

Pero nosotros, que encima somos buenos,
no les dejamos el sitio
porque nos enfada que hayan llegado tarde.
Nos enfada incluso que quieran sentarse a nuestro lado
donde hemos puesto las bolsas con los sueños.

Y decimos: «Haber llegado antes».
Y no pensamos que la gente en la vida
llega cuando tiene que llegar.

Tápate un poco, que se te ve el corazón.
¿no querrás ir enseñándolo?,
que hay gente que puede ilusionarse al verlo
aunque no se haya enamorado.
No siempre vas a encontrar a gente como yo,
gente que sepa de verdad apreciarlo.
Puede que yo no fuera la persona indicada,
pero eso no significa que fuera malo.

Tápate un poco el corazón.
No vayas a encontrar a uno como al que tanto has odiado.
Tápate el corazón, que habrá gente
que te hará entender por qué yo luché tanto,
por qué luché tanto por lo nuestro
a pesar de que se veía que no iba hacia ningún lado.
Tú no te tapabas bien el corazón
y yo creía que era mío solo por poder tocarlo.

Tápate un poco, que se te ve el corazón.
No vaya a ser que alguno se crea algo,
que algunos sentimos que nos quieren
solo porque nos estén mirando.

Tápate un poco el corazón
y que te quieran antes de tocarlo.
No enseñes tan pronto lo mejor de ti,
que el que lo quiera luche por alcanzarlo.

Yo también me taparé el corazón,
aunque yo suelo llevarlo siempre tapado,
pero ahora no será para que luchen por él,
será para que nadie pueda encontrarlo.

Lo que escuece no es que nos dejen,
es que la persona se queje de las cosas que hemos hecho mal.
Dan ganas en esos momentos
de contraatacar,
de decir que la otra persona también ha tenido errores.
Posiblemente más.
Pero entonces caemos en la cuenta
de que eso es lo peor al final:
que no nos dejan porque nos hayamos equivocado,
sino porque no nos querían en verdad.
Por eso no sirve de nada
sacar todo lo malo y protestar,
intentar convencer a la otra persona
de que no es justo porque ella ha hecho más cosas mal.
No. Como mucho podríamos quejarnos
de que no haya sabido aguantar.
Pero si no ha sabido no es porque sea mala persona,
sino simplemente porque no llegó a querernos de verdad.
Si lo hubiera hecho,
por ningún motivo nos habría querido dejar.
Casi, por mucho que escueza, habría que agradecer
que se haya tomado la molestia de explicarnos por qué se va.
Pero lo mejor siempre, cuando se crea que el motivo es injusto,
es dejar que la persona se vaya. Y ya está.

Yo buscaba lejos
porque yo siempre busco lejos

No me podía creer que estuvieras tan cerca.
No podías ser tú ya ahí.
La vida nunca me era tan buena.
Por eso buscaba lejos, siempre lejos,
tan lejos que me salía fuera.
Y no estabas y no te veía, pero te necesitaba,
igual que para que salgan los cálculos se necesita que exista un planeta.

¿Cómo te vi al final?
Seguramente me rindiera.
Seguramente asumí
que era imposible que alguien como tú existiera,
alguien capaz de importarme tanto,
que tumbara en un segundo tantos años de espera,
alguien que consiguiera hacerme olvidar
la rabia de haber estado tanto tiempo andando
en la dirección incorrecta.

Te vi
porque volví a buscar cerca,
en ese cajón donde uno guarda las cosas importantes
y ya no busca en él porque no puede estar ahí lo que no se encuentra,
porque es imposible que esté ahí,
es demasiado bueno para no darse cuenta.

Y estabas ahí,
tan cerca,
Y ahora estás aquí.
Y la vida me alegra.
Y ya no busco nunca lejos
porque todo lo que busco sigue estando cerca.

 

Puedo inventar poemas.
Y me salen bien. Son bonitos.
Pero no se pueden comparar
con los que te escribo a ti. Son muy distintos.
Porque contigo es como si le dieras una patada a un balón
y la estallaras porque por un hueco la válvula se había salido.
Tú tocas el alma de mis cosas.
Es como si me mantearas cuando escribo.
Es como verlo todo estando muerto,
pero seguir vivo.
Es como no entender nada al escribir,
pero entenderlo todo cuando ya está escrito,
como sumergirme en las profundidades del amor
y no entender qué he hecho hasta que no he salido.
Contigo es más sencillo encontrar
el camino que he creído tomar cada vez que he escrito.
Contigo sé mucho mejor lo que me pasa.
Sé quién he intentado ser siempre,
contigo.

Yo pensaba que la gente que se enamora locamente
en verdad no quería,
que era irracional idolatrar de esa manera,
que era confundir el amor con la vida.
Creía que había que encontrar el equilibrio,
no perder la perspectiva,
entender que se puede amar, sí,
pero también hay que vivir,
que si no amar es mentira,
que si no amar es un sueño
que probablemente acabe siempre en pesadilla.

No veía entonces
en qué fallaba mi teoría.
La había basado en parejas
en las cuales uno no quería.
Pero, si dos personas se enamoran locamente,
con que cada uno ponga una mitad bastaría,
pues con dos mitades de amor se ama mucho
y se vive mucho con dos mitades de vida.

¿Cómo lo descubrí?
Porque cuando me enamoré locamente de ella
empezó a ser más racional mi vida.