Es difícil de ver,
pero está en todo.
Para subir más
hace falta haber llegado al fondo.
Para entender de verdad por qué se ama
hace falta haberse sentido muy solo.
Para saber bien por qué se vive
tiene que haberse apagado alguna parte de nosotros.

Es difícil de ver
y, cuando se ve, enfada un poco.
¿No se puede sentir algo bueno
sin que algo malo enseñe cómo?
¿No hay nada bueno que se pueda ver
sin que haga falta que se quede oscuro todo?
Yo sé que he estado triste,
sé que he estado solo,
sé que se apagaron muchas cosas
cuando sentí que lo había perdido todo.

Pero ella no brilla porque esté oscuro,
brillaría igual de todos modos;
ella no brilla porque yo vaya a morir,
no brilla porque el mundo antes de ella fuera otro.
Brilla porque está en lo alto,
aunque con ella esté al mismo nivel todo.
Brilla porque la quiero,
porque a su lado siento que nunca he estado solo.
Brilla y no importa que enciendan
mi vida entera sus ojos.
Brilla. No se apaga.
Y la veo y la toco
y entiendo por qué es difícil de ver
que para amar haya que tocar el fondo.
Brilla. Y no la veo porque esté todo oscuro,
la veo porque brilla a su lado todo.
La veo porque el mundo con ella es bueno
y no hace falta entender qué lo hace así ni cómo.

De las cosas peores de la vida
es que intenta dar lecciones de que no es bueno arriesgar.
Y no es bueno ni malo,
simplemente es una forma de entender las cosas
que a veces sale bien y a veces sale mal.
Igual que todo.
Igual.
La diferencia es que el que arriesga
es más probable que descubra quién es en verdad.

Ya sabes que no siempre soy capaz
de decir lo que siento.
A veces ni delante de un papel
puedo.
No me pidas entonces
que te hable sin miedo,
si tus ojos tienen la forma
que tenían las puertas de mis sueños.

A veces voy a escribir
justamente lo que siento
y de repente se me olvida
como si se me hubiera escapado de dentro,
como si solo por pensarlo
me hubiera librado de ello.

Cómo no se me va a olvidar
cuando te miro y veo
que el amor de repente tiene forma
que no solo en palabras se captan sentimientos.

Cómo pretendes que pueda
decirte lo que siento,
si solo con mirarme tú haces
que se sonroje cualquiera de mis versos,
que las letras corran a esconderse
y que sepan a chicle gastado mis tequieros.

He fracasado en todo.
Y no.
No es el afán de poeta
de que todo me salga mal para regocijo de generaciones venideras.
No. Es lo que siento,
es el fracaso de no haber escrito
ni un solo verso que me explote en la mano,
es el fracaso de no haber sabido estar callado
más de un día.

He fracasado en todo.
¿Para qué me habré preocupado tanto
para conseguir tan poco?
Soy peor de lo que era antes.
Incluso aunque ahora escriba mejor, que es posible,
soy peor en todo.
Como si todo lo que hubiera hecho hasta ahora
no hubiera servido para nada
sino para cansarme
y estar igual que antes,
pero, obviamente, más cansado.

He fracasado en todo. No hay duda.
Y lo peor y misterioso es que sigo intentándolo.
Quizás sea esa la razón por la que nacemos.
Quizás sea esa la razón por la que un día nos vamos.

Hablemos de poesía
y dejémonos de guerras.
Que nos pillen con versos en las manos,
con dientes en las letras,
mordiéndonos la vida
para ver qué encierra.

Hablemos de poesía,
que esa es la manera
de saber si hay algo
que explique la violencia.
Tal vez no haya nada,
quizás seamos todo tierra,
tal vez la vida
es como una puerta que no cierra.
Tal vez descubramos que la sangre
está hueca;
tal vez,
pero que sea
porque hemos estrujado las pestañas
hasta que han salido piedras,
que sea porque no nos conformamos con vivir
y queremos que la muerte nos encuentre a medias,
que sea porque hablamos de poesía
y no hay guerra
ni miedo ni dolor
que nos puedan detener
cuando buscamos a gritos nuestra esencia.

Que nos pillen con versos en las manos
y que vean
horrorizados cómo destrozamos
todo lo que nos encierra.

Podría ser feliz, lo sé.
Podría ser feliz y verte hoy.
Podría ser igual que todos.
Pero no lo soy.

Podría ser mi vida una comedia,
tan solo poniendo mis recuerdos al revés.
Podría ser mi vida una alegría,
pero no lo es.

Podría serme el viento favorable
si supiera dónde me tengo que poner.
Podría ser mi vida algo agradable,
pero, por algún motivo,
ni quiero ni lo puede ser.

Estaba claro,
amar era empezar a tener miedo,
amar era volverme frágil,
era perder
el control del tiempo,
era pedirle a mi corazón
que emigrara a otro cuerpo.
Era buscar en ti una respuesta
que nadie puede respondernos.
Era hacerte pruebas
cargadas de recuerdos.
Era desaparecer.
Era quemar como el fuego.

Era odiarte a veces
y otras veces,
sin sentirlo tanto como ahora,
decirte que te quiero.
Era saber que en pocos días
se acabaría consumiendo
lo que al final no ha durado
más que unos versos.
Era olvidar que la brutal esfera,
no solo gira
sino que a la vez se va moviendo.
Y que así nunca es posible
llegar a estar realmente quieto.

Me pongo triste y luego pienso por qué
y encuentro una razón siempre.
Hay veces que tengo que recurrir al amor,
otras recurro a la muerte
y en los momentos más felices
recurro al misterio que sigue sin resolverse.
¿Cómo empezó todo?
¿Qué hay más allá de todo lo que ha llegado a conocerse?
¿Dónde estamos? ¿Qué es estar?
¿Qué es ser consciente?
¿Por qué sentimos que nuestra pena es tan grande
si somos tan pequeños y el espacio se muestra tan indiferente?

Me pongo triste y no me importa saber
que la tristeza es uno de los procesos que mi cuerpo tiene;
le sigo buscando una explicación,
sigo confiando en el poder de la mente.
Me cuesta asumir
que, siendo la tristeza algo tan fuerte,
no pueda explicar que da igual el tamaño del espacio
porque es solo el escenario, el recipiente
de cosas que no tienen tamaño
por mucho que pesen,
de palabras que no tienen forma,
pero se sienten.
Sigo pensando que si no sabemos dónde están los límites de todo
es porque quizás no los tiene
y no hay que intentar ir más allá,
hay que buscar lo transparente,
lo que se roza cuando se está triste,
pero se encaja en las penas del presente
sin pensar que las cosas más tristes que nos pasan
seguramente sean los gritos de lo que existe pero aún no se comprende
y que da igual dónde estemos,
lo grande que sea lo que nos envuelve.
Podría no existir nada
y aun así existirían esos pequeños sentimientos transparentes.

Nos ponemos tristes y al final es
por lo mismo siempre,
porque nos asusta pensar
que somos más poderosos que lo que dice nuestra mente,
que somos el único medio que existe
para que pueda manifestarse lo transparente.

Se me escapan los dedos de las manos
y no puedo coger ya nada.
Se me caen del dolor los ojos tristes
y no puedo besar como besaba.
Se me caen, se me caen los ojos tristes,
se me caen los labios y la cara.
Menos mal que la vida quita años
a la vez que va quitando ganas.
Y así, después de todo, lo que cae
es lo que ya no se necesitaba,
lo que ni siquiera se recuerda
para qué se usaba.
Se me escapan los dedos de las manos.
Se me cae la cara.
Y ya no recuerdo demasiado bien
si la sonrisa era con lo que se lloraba.

Sé que debería haberlo hecho
Sé que lo debería hacer
Y ahora…
con la tristeza que el viento trajo
y solo vi cuando se fue,
no sé qué debería haber hecho
no sé qué debería hacer.
En el aire hay una sombra
que, por miedo a la respuesta,
no pregunta por qué.
En el aire está mi alma
sabiendo que debería decirle algo a la vida…
sin saber qué.
En el aire hay lágrimas que secó el viento
y que ahora vuelven a renacer.