Salió el poeta al fin de su madriguera
con los ojos ardiendo de poesía.
Buscó a los otros.
Nadie respondía a aquellos nombres.
Se le derramaron en la mano los versos que traía,
como agua en la arena,
como ruido en la melodía.
Cruzó las calles que rimaban
y aquellas que habían perdido la rima en las alcantarillas
Se fueron enfriando los caminos de sus ojos,
la melancolía.
Le secaron la lengua las palabras del polvo,
la triste decepción del que no entiende la poesía.
Cantó en las escasas farolas
que aún conservaban encendidas sus bombillas.
Pero no volvió
a la madriguera
ni a escribir en aquel cuaderno de lo que él había llamado poesía
No volvió a firmar en verso
y tiró en cada papelera
como los trozos de una tarjeta de crédito,
cada una de sus rimas
Y siguió para siempre recorriendo calles,
asumiendo lo que había,
asumiendo que después de todo los poetas eran otros
y no era poesía
lo que por las noches con estúpidas y ridículas palabras
en hojas demasiado blancas escribía.