Era imposible que conociera la tristeza de verdad.
No. Porque aún no era consciente
de lo triste que es un día sin verte.
Lloraba porque suponía que había que llorar,
por eso podía ponerme triste de repente.
Lloraba porque yo también quería tener
a alguien que me diera una excusa para dejar de ser fuerte.
Lloraba aposta, sí.
Por eso todos mis poemas de amor tenían ese regusto a muerte.
Y en cambio ahora, cuando con más razón podría ponerme a llorar
porque ahora sí sé lo que es un día sin verte,
cuando más cerca estoy de la tristeza
porque es tan fácil como que se te olvide que lo nuestro es para siempre,
cuando siento lágrimas por todo el cuerpo,
ni aposta me sale ya llorar, ni de repente.
Los que lloraban era porque no sabían
que un día basta para ridiculizar a la muerte,
que al que ama de verdad
las lágrimas le saben menos fuertes
porque van almacenando besos
y van llenando el alma de una tristeza diferente,
de una tristeza que no hace llorar,
que hace querer estar juntos siempre.
Lloraba aposta, sí. Por lo triste que creía que iba a ser quererse.
Ahora sé que querer
es lo más lejano que existe de la muerte.
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