¿Por qué te da pena
no haber estado conmigo cuando estuve triste?
¿No te das cuenta de que ahora estás,
ahora que era más fácil que todo empezara a confundirse?

Sí, lo pasé muy mal.
Te habría abrazado como cuando uno aún cree que es evitable despedirse.
Mis lágrimas te habrían parecido granizo
de lo fuerte que lloré para entender lo que es morirse.
Pero no importa. Eso pasó.
Parece que fue suficiente con lo que hice.
Conseguí estirar la pena para que, aun durando más,
cada día fuera una dosis asumible.
Y cuando ya empezaba a ser demasiado larga,
cuando ya estaba harto y empezaba a arrepentirme,
cuando cada día era una prueba más de lo tonto que es vivir,
apareciste.

Por eso, que no te dé pena
no haber estado conmigo cuando estuve tan triste.
Tenía que superarlo yo solo
para que tú llegues ahora con fuerzas para revivirme.

Lo pasé mal, sí.
Te diría que fue terrible.
Pero que no te dé pena.
Quédate con que no hay nada imposible.
Quédate con que estás con la persona que te querrá para siempre
porque ni la muerte fue capaz de destruirle.

¿Te ayudo a subir? ¿Puedes?
Yo he subido aquí mucho.
Me subo cada vez que no entiendo nada,
lo cual me pasa a menudo.
No suelo subir con nadie.
Vengo cuando estoy enfadado con el mundo,
cuando no entiendo por qué quiere tener a alguien como yo
que se lo debe todo, pero que no quiere seguir siendo suyo.
Mira qué vistas. ¿No te parece
que se ve todo más claro desde aquí, desde el futuro,
sin la presión de tener que vivir,
viendo los supuestos fragmentos de nuestras vidas todos juntos?

¿Te quieres bajar ya?
Yo suelo estar más tiempo cuando subo.
Me gusta quedarme mirando cómo no pasa nada.
Pocas veces me aburro.
Pero lo entiendo:
no es cómodo ver cómo es todo de absurdo.
Yo por eso cuando bajo trato de olvidarlo
y, si no puedo, disimulo.

Vuelve a subir cuando quieras.
A veces viene bien saber lo que es uno,
viene bien irse al final del todo
para entender que todos los puntos son como el último.
Yo hoy me quedaré un rato más,
pero estoy bien; es solo que a veces me asusto,
me creo demasiado que avanzamos al vivir
y no entiendo que no hasta que no vengo y me subo.

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Me voy a vengar escribiéndote.
Te vas a enterar a base de palabras
Vas a ver que no estar conmigo
es perder la oportunidad de entender el alma.

Voy  a desmontar con versos a aquellos
que se atrevan a destruirme al rozarte en la distancia.
Voy a encontrar todas las letras que nos unen
para que inevitablemente sientas que me pronuncias al pronunciarlas.

Me voy a vengar escribiéndote.
Te voy a lanzar tantos versos a la cara
que tendrás que quererme
tendrás que reconocer que no es verdad
que escribir no valga para nada.

Me voy a vengar.
Lo siento, pero voy a hacer trampas.
Ya que el amor no entiende de personas,
tendré que convertirnos en palabras.

Tú lo has querido.
Yo te di todo lo que sé que hacía falta.
Pero te aliaste con la vida.
No sabías que a la vida siempre la destrozan las palabras.

Esta es una de esas noches
en las que la poesía me aplasta.
¿Quién soy yo para escribir?
¿Quién me creo yo para poder hablar del alma?

Esta es una de esas noches
en las que solo el amor me respalda,
en las que si no fuera porque existes
pensaría que después de mí no quedaría nada.

Esta es una de esas noches
en las que lo bueno naufraga,
en las que escribo con la mano dormida
mientras el corazón mira de reojo ya a la cama.

Es una de esas noches
en las que la vida se acaba,
un libro más que termina
una oportunidad menos
para no tener que arrepentirme mañana.

Esta noche
solo el amor me respalda;
solo él me da la razón
de que estuve triste porque hacía falta.

Pues sí se podía estar un año sin ella
y muchos años más sin él.
Pero o pienso que todo está ya establecido
o me da rabia pensar todo lo que la muerte me ha hecho perder.
Todo se supera;
la vida sigue avanzando más rápido cada vez.
Y ya no es la impotencia de la ausencia,
es el enfado de haber gastado un año más aprendiendo a perder.

No es que se hayan ido.
No es que ya no estén.
Es que cuando estaban, porque estaban,
la vida estaba bien.
Todo parecía completo
y sonaba muy distinto preguntar por qué.

Ahora aquello ya está lejos.
La vida, como siempre, se ha adaptado bien,
como una esponja espachurrada en la mano
que al soltarla vuelve a crecer.

Dejadme tranquilo ahora.
Dadme un respiro.
Dejadme recobrar el aliento.
Siento como si todo el mundo estuviera muerto.
Siento como si no se pudiera estar más triste.
Pero es solo un momento.
No os preocupéis.
Sólo dejadme tranquilo un rato
Que luego volveré a ser el mismo de siempre,
el mismo que se hace viejo, que se ríe
y que se pone triste de repente.
El mismo amigo, el mismo hijo, el mismo.
Es solo esta canción
que me hace recordar que a veces estoy triste,
más triste que nadie,
más triste que esta canción,
la canción más triste del mundo

Me voy a morir pronto.
Sí, lo he decidido.
No. No me voy a suicidar.
Es morirme lo que necesito.
Es verlo todo desde fuera,
es saber lo que la gente opina cuando me haya ido.
Es saber si de verdad
sirve para algo todo lo que he sido,
si todavía me queda algo que dar
o si puedo estropear todo si sigo.
Me voy a morir pronto.
Sí, ya está decidido.
Aunque si hace falta volveré,
porque esta vez no es un suicidio

¿Cómo se puede vencer
a la terrible idea de que se va a morir?
De muchas formas:

Cantando,
con la extraña felicidad
de saber que se está vivo
y no saber por qué.
Con esa sonrisilla maliciosa
del que cree que no merece lo que tiene
pero disfruta con ello.

Escribiendo, leyendo.
Comprobando que todos tuvieron la muerte al fondo
y la vencieron,
dejándose caer en lo bonito que es hacer cosas
sin ningún motivo,
porque sí,
porque estamos vivos.

Riendo, sobre todo riendo,
como el loco que se ríe
atravesado por flechas.
Así se ve lo poco que importa cualquier idea
y más la idea de la muerte,
que es la única que ya no sabremos si era cierta,
y si lo sabemos
querrá decir que la muerte
solo es un paso
de un lado a otro
donde ya no haremos caso
a las locas ideas
inventadas por el hombre
para hacer más épica la vida,
aunque ello haya implicado
temer a la muerte.

¿Cómo vencer a la muerte?
Cantando, riendo,
sabiendo que no se pierde nada.
Y si se siente que se pierde
es porque todo lo que aparenta ser un final
suena a derrota.

Yo la venzo escribiendo
porque así se ve más claramente
que todo no es más que palabras en un papel
y que el precio de disfrutar de la vida
es ser conscientes de que se muere
y el precio de amar
es que el final sea siempre triste y duela.

Si hemos decidido ser así
aceptemos lo que venga
riendo
porque al fin y al cabo ya se sabe
que los más tristes finales
son los que han tenido las historias más bonitas,
los que demuestran
que da igual cuándo llegue
porque por el mismo precio
nos dan la posibilidad de vencer cualquier dolor
y de completar con recuerdos
las historias que se acaban demasiado pronto.

Has vuelto.
Yo sé que no, pero has vuelto.
Te noto en una idea
que me llega justo a tiempo.
Te noto sin que estés,
en todos mis recuerdos.

Algunos dirán que no,
que no vuelven los muertos.
Claro que no vuelven como ellos piensan.
Eso podría dar hasta miedo.
Como vuelven es de la forma perfecta
para ayudarnos sin quitarnos méritos,
como volveríamos cada uno de nosotros
para seguir queriendo.