Si es que hasta le has dado sentido
a mi tristeza pasada.
Para llegar a esto
me tocó sufrir.
Tenía que ver todo lo que no quería
para saber que no es un capricho quererte a ti.
Tenía que ver lo triste que puede llegar a ser todo
para que no pareciera un enamoramiento loco quererte así.

Incluso a mi tristeza futura le has dado sentido.
Cualquier pena será ya una tontería para mí.
No hay nada que pueda entristecer a la persona
a la que le ha salido bien hasta sufrir.

Y yo que creía tener poca autoestima
y aun así creí que ese beso era para mí.
¿Cómo iba a ser —pensé ya tarde—
si a mí me alejan del amor las ganas de escribir?
A golpe de verso fui dándote forma
para demostrar que el amor y la poesía no pueden convivir,
busqué cualquier excusa para sentir de otro ese beso
para que mi autoestima dejara de mirarme y de presumir.
Y es que no podía ser para mí aquel beso
y no podían mis versos de siempre ser para ti.
Tú eras la alegría de estar vivo.
Yo era la sombra de una muerte feliz.
Así conseguí hacer que aquel beso
terminara siendo un error, igual que el día en que te lo di.
Y así le di la razón a mi falta de autoestima
y pude concentrarme otra vez en mi miedo a morir.
Pero pronto cuando ya no estabas levanté la vista del papel y supe
que realmente no importaba si aquel beso era para mí,
que no importaba que no hubieras pensado en mí antes,
lo que importaba fue lo que, pese a mis intentos, conseguimos construir.
Supe entonces que mi falta de autoestima
en verdad no era más que falta de ti.
Y volví y no me costó conseguir darte otro beso.
Dijiste que es que hay cosas que es imposible destruir.
Sin embargo, en tus labios o en tu voz o en mis recuerdos
esta vez sí que supe que el beso no era para mí.
Mi autoestima entonces dijo que cualquiera si se pone puede conseguir un beso
pero que no será para él nunca si no deja que le haga feliz.

¿Sabes dónde me encontraste? ¿Lo recuerdas?
Estaba en esa barra, diciendo no creer en el amor.
Tenía la sonrisa que tienen los que lloran,
los que lloran sin lágrimas para no aguar el alcohol.
Te aconsejé no perder el tiempo con alguien
capaz de cambiarse de lado el corazón,
capaz de cambiar su forma de entender la vida
solo con que el DJ cambie de canción.

Tú no hacías ni caso a mis palabras.
Ya notaste que cuando disimulo me cambia un poco la voz.
Notaste que nunca había encontrado
alguien que me susurrara al oído siempre la misma canción,
alguien que buscara un espejo
para los días en que me cambiara de lado el corazón,
alguien que parara mis lágrimas
justo antes de que cayeran en el alcohol.

Y como notaste también que los que más lo mencionamos,
aunque sea para mal, somos los que más creemos en el amor,
supiste que era yo al que llevabas esperando tanto tiempo.
No te importó
encontrarme diciendo tonterías en una discoteca,
porque sabías perfectamente que era yo.
Me cogiste de la mano y esperaste a darme un beso
a que el DJ cambiara de canción.
Me hiciste ver que uno puede creerse muy distinto
pero que siempre, tenga el corazón donde lo tenga,
tiene la misma necesidad de amor.

Te da envidia. Eso has dicho.
Te da envidia la gente que me conoció
antes de que tú me conocieras.
Si tú supieras…
Si tú supieras cómo era yo hasta que te conocí.
Era igual, quizás, era el mismo, sí,
pero si supieras cómo era…
Que no te dé envidia.
Si tú supieras…
La gente que me conoció antes que tú
me conoció cuando sin ti yo no merecía la pena,
cuando era como una impresora con el cartucho medio gastado,
que da igual que sea muy buena.

Que no te dé envidia,
como mucho que te dé un poco de pena
no haber estado juntos desde antes,
haber dejado que entre el sueño y la realidad tanto tiempo se interpusiera.

Que no te dé envidia, no,
ni siquiera pena,
que ahora contigo esta impresora que te quiere tanto
está siempre llena.

¿Y esta gigante alegría
que hace tambalearse mis ganas de tristeza?
¿A qué viene?

¿Y estas repentinas ganas de vivir?
¿A qué se deben?

Tantos años perfeccionando mis maneras de sufrir
y ella viene
y consigue destruirlo todo
en solo siete meses.

¡Qué felices serían viviendo en un mapa
los que viven lejos!
Vivir a un palmo.
Que se mida en centímetros la distancia entre ellos.

¡Qué felices serían!
¡Qué poco les importaría el tiempo!
¿Para qué es tan grande el mundo
si somos solo puntos sobre el suelo?
Igual que los puntos de un mapa,
pero demasiado lejos.

Hay que llegar un poco más lejos.
Somos capaces de más.
No nos conformemos
simplemente con hablar de amar.
Somos capaces de escribir cosas mejores.
Hay que dejar los sentimientos habituales atrás.
Saquemos ese extraño deseo
que a veces tenemos de que todo salga mal.
Saquemos esa envidia
que a veces la persona a la que queremos nos da.
La vida no es mejor cuando estamos con alguien
es simplemente que todo nos da un poco más igual.
Lleguemos al origen de las cosas,
a esa extraña y universal idea que es amar.
No nos conformemos
solo con echar de menos y suspirar.
Dejémonos de orgasmos, de sexo fácil, de fechas, de miradas,
de esas superficialidades que a los poetas de ahora les ha dado por explotar.
Lleguemos al fondo de todo.
Veamos lo que solo la poesía puede dar.
Esas ganas de llorar que incluso en los días más felices
de repente nos dan,
esos momentos que parece que no se han inventado
porque hay dos palabras que a nadie se le ha ocurrido juntar.
Dejémonos de juegos de palabras
que a cualquiera se le pueden ocurrir con solo mirarse un lunar.
Vayamos más lejos, que somos capaces,
que, aunque algunos se empeñan en ver solo la piel, somos algo más.
¿Por qué si no todos los seres humanos iban a haber amado
y el que ha dicho que no siempre se ha tenido que justificar?
¿Por qué todos si no iban a leer poesía
y el que cree no hacerlo un día descubre una pila de sentimientos sin clasificar?
Porque tenemos algo dentro,
algo especial,
algo que hemos camuflado entre palabras correctas y mediocres
y bajo el excesivo gusto que da acariciar.
Y todo porque ese algo se parece un poco a las palabras
y se parece un poco al gusto que una caricia nos da.
Pero no es solo eso.
Es algo más.
Es la capacidad de unirse a una persona
de una manera que ni la poderosa ciencia ha sabido explicar.
Es estar unidos sin contacto,
sin que la muerte, el tiempo, una mano o una sombra puedan separar.
Y eso lo podremos camuflar con muchas cosas,
pero eso es amar.
Y todos lo tenemos en la punta de la lengua;
solo falta que los poetas, o quien sea, vayamos dando sinónimos
hasta encontrar el de verdad.

Cómo he podido tener tanta suerte
de haber encontrado a mi persona.
Puede que haya alguna más. No creo.
Me pega más que sea ella sola.

Podría haber vivido en otra ciudad.
Podría haberse asustado cuando le dije: «Hola».
Podría haberme oído mal,
haberse pensado que estaba de broma.

Pero no, porque la suerte es distinta
cuando uno encuentra a su persona.
Uno se siente más guapo, más inspirado,
sus tonterías parecen más graciosas.

Y todo lo que parecía no gustarle a ninguna,
ese defecto que parecía espantar a las otras
de repente se vuelve perfecto y demuestra
lo bonitas que son cuando le importan a otro nuestra cosas.

Cómo he podido tener tanta suerte, de verdad.
Hasta me siento mal de haberme quejado tanto hasta ahora.
Y eso que aún pienso que era bastante improbable
entre tantas tristezas encontrar a mi persona.

es lisonja de la pena
perder el miedo a los males
Sor Juan Inés de la Cruz

Las penas envalentonan.
Por eso uno no se retira de estar triste,
igual que en una pelea
uno no para aunque sus amigos se lo piden.
—Yo puedo con todas—
uno a sí mismo se dice.
Y no puede, pero las penas
le mantienen un buen rato peleando para divertirse.
Y le dan mil golpes cargados de miedo del futuro,
pero a la vez le dan un recuerdo bonito con el que cubrirse.
Le envalentonan porque le hacen creer
que ahora que es mayor puede tumbar a los días grises.

Pero no. No se puede vencer a las penas.
Es imposible.
Por eso hay que aprender a asumir
que no pasa nada porque uno de vez en cuando se ponga triste.
Hay que saber retirarse.
Hay que ser humilde
porque no es culpa de uno
que las cosas cambien tanto
según el momento del día en el que se miren.

Me pongo triste los martes.
Será una enfermedad. No sé lo que me pasa.
Tal vez alguna me dejó ese día…
pero la verdad es que no recuerdo que ninguna me dejara.
Siempre fui yo el que no supo entender
que con ser felices bastaba.
Tal vez murió alguien un martes
o quizás es el día en que recuerdo que odio las semanas,
en que recuerdo que el tiempo va pasando
y nosotros como tontos lo ordenamos como si no nos importara.
Tal vez los martes tengo más sueño que otros días.
Hasta he llegado al absurdo de pensar que hubo una Marta.

Me pongo triste los martes. No sé.
Y además sobre las 8. Es una cosa muy rara.
Me entra como agobio por el pecho
y siento que estoy malgastando mi vida haga lo que haga.

Menos mal que ahora tú los martes sabes
que tienes que estar a las 8 puntual en mi casa.
Tú que eres la única que sabe convivir
con las tristes cosas que no sé por qué me pasan.