Me das el tiempo que te sobra
y yo a ti el tiempo que no existe.
Lo que no es posible lo convierto en verso,
pero a ti demasiadas cosas te parecen imposibles.
Hay cosas que te digo y te da igual no comprenderlas.
Yo investigo si no entiendo lo que dices.
Hay demasiadas cosas que me has hecho aprender de la vida,
debería empezar otra vez a vivir para entender bien cómo vives.
Y aun así dices que no sabes si soy yo lo que buscas
y yo creo que es porque no consigo darte todo lo que pides.
Tal vez si a mí no me sobrara tanto tiempo,
si no supiera que las cosas más bonitas son las que parece que no existen,
si no inventara tantos sentimientos
para entenderme cada vez que estoy triste,
si no quisiera saber tanto de la vida,
si no tratara de creerme siempre todo lo que me dicen.
Tal vez
si volviera a aprender a reírme,
si me parara a pensar por qué te quiero realmente,
si pudiera distinguir lo que necesitas de lo que creo que me pides,
tal vez entonces te faltaría tiempo para darme,
o tal vez yo sabría que no eres tú por la que merece la pena
inventar cosas que no existen.
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Por eso ya no quiero estar más solo.
Viviré contigo y para ti.
Será el amor
la respuesta que me guíe
mientras vaya olvidándome
de preguntar
y de vivir.
Cómo he podido tener tanta suerte
de haber encontrado a mi persona.
Puede que haya alguna más. No creo.
Me pega más que sea ella sola.
Podría haber vivido en otra ciudad.
Podría haberse asustado cuando le dije: «Hola».
Podría haberme oído mal,
haberse pensado que estaba de broma.
Pero no, porque la suerte es distinta
cuando uno encuentra a su persona.
Uno se siente más guapo, más inspirado,
sus tonterías parecen más graciosas.
Y todo lo que parecía no gustarle a ninguna,
ese defecto que parecía espantar a las otras
de repente se vuelve perfecto y demuestra
lo bonitas que son cuando le importan a otro nuestra cosas.
Cómo he podido tener tanta suerte, de verdad.
Hasta me siento mal de haberme quejado tanto hasta ahora.
Y eso que aún pienso que era bastante improbable
entre tantas tristezas encontrar a mi persona.
Para qué hundirnos en lo malo.
Lo que ya pasó, parece tonto decirlo, pero es pasado.
Veámoslo todo desde el lado bueno.
Qué bien que le dio a otro aquel beso.
Así aprendí que no es malo ser joven,
que a esa edad los golpes aún no recuerdan,
sino que responden.
Qué bien que me dejó el corazón destrozado.
Así aprendí que, aunque apetezca,
el amor tampoco se empieza por el tejado.
Qué bien que perdí tanto tiempo pensando en ella.
Así estuve distraído
y no me preocupé de lo triste que sería perderla.
Para qué hundirme, pues, ahora en lo malo.
Para qué pensar si ese «Te quiero» ya lo dijo
con el corazón mirando para otro lado.
Es mejor pensar que todo eso me hizo fuerte
y que por eso ahora puedo aguantar sin sufrir
más de dos días sin verte.
Es mejor pensar que el tiempo invertido
no hizo más que confirmar que, aun muerto,
se puede seguir estando vivo.
Qué bien que su cuerpo fuera tan suave.
Ahora sé que el tuyo lo es más,
ahora sé que lo perfecto es fácilmente superable.
Qué bien que, aun dejándolo yo, fuera yo el perjudicado,
ahora sé que intentar hacerlo bien pero hacerlo mal
no es tan raro.
Qué bien de verdad que me diera tantos palos la vida
así consideré que era normal no ser feliz
en la edad en que serlo era una simple alegoría.
Lo malo es que aún me siento un poco culpable
de haberle hecho perder el tiempo,
de no haberle dado motivos suficientes para amarme.
Aunque, pensándolo bien, si sufrió o sigue sufriendo por mi culpa,
será porque no se ha planteado las cosas como yo nunca.
El día que se las plantee seguro que dirá «Qué bien
que él supo hacerme sufrir
como le hice sufrir yo a él».
Y así los dos, viéndolo todo desde el lado bueno,
seremos por fin verdaderamente felices
aunque no nos olvidemos.
Pareidolias creo que se llaman.
Reconocer, por ejemplo, imágenes en las nubes.
Y se pueden extender a los sonidos.
Que nadie me culpe.
Yo veía en sus palabras
las formas de los sueños que desde pequeño tuve.
Tenían sus manos
la forma de las piezas con las que resolví mi primer complicado puzle.
Todo encajaba.
Hasta cuando no me quería
yo veía en sus ojos formas dulces,
sus pupilas tenían la forma del beso que no sé si me dio
cuando yo sí la besé en aquel, para mí, mágico Burger.
Por eso, tuvo que pasar un buen tiempo,
hasta que por fin lo supe.
Las cosas no duelen cuando pasan,
ilógicamente duelen cuando se descubren.
No me quería.
De pronto se me empezaron a venir encima todos los lunes.
Pareidolias se llamaban.
Esa ingenua manera de mirar las cosas que tuve.
O quizás simplemente fue que me enamoré
de alguien que cambiaba de forma con la lentitud de las nubes.
Por lo menos, desde entonces, antes de ver formas en las cosas
dejo que el tiempo las empuje
y solo esas que no cambian de forma
son a las que miro, porque sé que no confunden.
Y así esta vez sé que sí me han dado el beso,
aunque esta vez me lo hayan dado también un lunes.
No creo que sea que la sigo echando de menos.
Es más bien
la satisfacción de saber
que no todo acabó tan mal como dijimos.
Ese megusta sin venir a cuento…
Yo que la conozco
noté en ello un guiño,
una reconciliación en la distancia,
de esas que no sirven para querer volver,
pero sí para saber que no fue tan malo todo.
Como una reconciliación hacia atrás,
como un juego que se traen nuestros recuerdos entre manos,
al margen de nosotros.
Por eso sentí esa satisfacción,
la satisfacción de saber que ya todo pasó
y que ya por fin no es triste echar de menos.
sin luna, sin nostalgia, sin pretextos
Mario Benedetti
Antes eran rellenos.
Ahora son adornos
las estrellas, las luciérnagas y las flores.
Yo también caí en el empeño de que una sea la correcta
que tenemos todos cuando somos jóvenes.
Y la llené de estrellas,
la llené de luciérnagas y flores
para que se adaptara a mis promesas,
a mis sueños, a mis recuerdos, a mis temores.
Ahora no es difícil verlo,
cuando la experiencia ha vivido lo suficiente para sacar conclusiones:
las estrellas se apagan, las luciérnagas mueren,
se marchitan las flores.
Hay algunas que tardan más tiempo,
pero a todas les pasa justo después de que uno se enamore,
en el momento exacto en el que ya no distinguimos
promesas de tentaciones,
falta de amor en ella
de nuestros errores,
días de insomnio,
de reconciliadoras noches,
lo importante que es ella para nosotros
del miedo al daño cuando nos abandone,
los rellenos que le hemos puesto
de lo que en verdad su amor supone.
Antes eran rellenos.
Ahora son adornos.
Por eso dejé de culparme de haber marchitado en las manos
tantas flores,
de haber apagado luciérnagas y estrellas,
de haber estropeado tantos amores.
Los rellenos siempre caen
aunque no se vea porque las reconciliaciones no dejan pensar por las noches,
Los rellenos caen
y los recuerdos no valen porque proceden de la misma persona que los pone.
Los rellenos siempre caen.
Lo comprendí cuando chocaron de frente con tu nombre
y los usé de adornos
por no tirarlos y que les volviera a dar mal uso otro enardecido joven.
Era imposible que conociera la tristeza de verdad.
No. Porque aún no era consciente
de lo triste que es un día sin verte.
Lloraba porque suponía que había que llorar,
por eso podía ponerme triste de repente.
Lloraba porque yo también quería tener
a alguien que me diera una excusa para dejar de ser fuerte.
Lloraba aposta, sí.
Por eso todos mis poemas de amor tenían ese regusto a muerte.
Y en cambio ahora, cuando con más razón podría ponerme a llorar
porque ahora sí sé lo que es un día sin verte,
cuando más cerca estoy de la tristeza
porque es tan fácil como que se te olvide que lo nuestro es para siempre,
cuando siento lágrimas por todo el cuerpo,
ni aposta me sale ya llorar, ni de repente.
Los que lloraban era porque no sabían
que un día basta para ridiculizar a la muerte,
que al que ama de verdad
las lágrimas le saben menos fuertes
porque van almacenando besos
y van llenando el alma de una tristeza diferente,
de una tristeza que no hace llorar,
que hace querer estar juntos siempre.
Lloraba aposta, sí. Por lo triste que creía que iba a ser quererse.
Ahora sé que querer
es lo más lejano que existe de la muerte.
Me llegó el alma una noche
con una de sus orgullosas preguntas:
¿No te dije hace ya tiempo
que pronto te amaría alguna,
que esperaras tranquilo
que vendría una a besarte con ternura?
Yo le respondí con ese tono amargo
con el que se le habla al alma cuando es inoportuna.
¿Y no te dije yo que sí,
que no había prisa alguna,
que esperaríamos a que viniera
la que supiera lo que hacer con las heridas que no se curan?
Pero es que tú no entendías
que para mí la espera era una tortura,
que tú eres espíritu y te pones triste
pero yo soy también cuerpo y me duele si me arrugan,
que a ti te pone melancólica,
pero a mí me puede volver loco la luna,
que los sueños para ti son algo más
pero a mí si no se cumplen me derrumban
y que a ti el tiempo te da igual
pero a mí la muerte me asusta.
El alma respondió: Sí, es verdad,
tu dolor no se puede comparar con mi amargura.
Yo soy aire y me atraviesan
los rayos de la luna.
Y es verdad que seguiré viva
cuando tu sonrisa deje de esconder las heridas que no se curan.
Pero tienes que saber
que quizás es mejor vivir sólo lo que la vida dura,
que es mejor saber por qué duelen las cosas cuando duelen,
algo que mi tristeza no tiene claro casi nunca,
que tú te irás y yo me quedaré, sí,
pero me quedaré sin ti, viviré desde entonces a oscuras
y no podré soñar ya para ti
los sueños que te preparo cada noche para que no sufras,
los que te preparaba, no sé si acertadamente,
para que tu espera no fuera una tortura,
los que preparé para celebrar
que llegara ella y te besara con esa ternura
cuando yo empezaba a estar ya inquieta
porque no encontrabas a ninguna,
porque ninguna parecía entender
esa brusca dulzura tuya,
cuando el tiempo pasaba y tú no querías estar más solo
y yo no sabía ya cómo hacer para disimular mi angustia.
No digas que no entiendo tu dolor
porque a mí tu muerte, quizás no me duele como a ti,
pero también me asusta.
Después de nadar entre las olas,
después de contar inútilmente las estrellas que caben en el cielo
cuando estoy a solas,
después de tanta luciérnaga,
de tanta excusa para no aceptar
que uno no quiere de verdad hasta que no entiende por qué se enamora.
Después de tanta lágrima
que ya no sé si lloraba aposta,
como me siento ahora
es como si estuviera en una colchoneta
tumbado plácidamente sin que me importen las olas,
como cuando de pequeño me quedaba a gusto solo,
pero esta vez sin estar a solas,
como cuando las luciérnagas, las estrellas o las flores dan igual
porque solo son rellenos para el que en verdad no se enamora.
En una colchoneta, sí, con la plácida calma
del que es feliz por fin en el ahora
y aunque sabe que en un tiempo tiene que volver a andar
de momento cierra los ojos cinco minutitos más aposta.
En una colchoneta, sí, contigo…
Ya volveremos a la orilla cuando sea la hora.