tu lengua contra el pasado
Marwan

 Si no nos conocíamos,
¿cómo te puedes llevar tan mal con mi pasado?
¿Cómo puedes hacer
que se retuerza tanto,
si yo nunca he podido con él,
con todas las veces que lo he intentado?

Si no nos conocíamos,
¿o eras aquella que siempre me daba la mano
cuando yo ya no tenía ganas de vivir,
pero notaba que alguien me llevaba arrastrando?

Si no nos conocíamos,
¿cómo puedes saber los puntos débiles de mi pasado?
¿Cómo puedes saber lo que me dijo
para que yo viera al futuro siempre como el malo?

Sí, no nos conocíamos,
pero tú ibas por el camino de al lado,
siempre cerca porque a los dos
aun sin conocernos
nos llevaban al mismo sitio nuestros pasos.

Mendigo besos por las calles más amargas.
Las chicas me miran sorprendidas al pasar:
«¿Cómo tú andas por ahí pidiendo cosas
que sabes que te regalarían en cualquier lugar?».

No quiero los besos que regalan en cualquier sitio.
Quiero los besos que no se pueden regalar.
Los besos que al darse se comparten entre almas.
Los besos que ella me daba y que ya no me da.

Era mentira, ¿verdad?
No te fuiste.
Fue otra de esas cosas que me invento
los días grises.

Era mentira, ¿verdad?
Sí que me quisiste.
No siempre hay que hacerle caso
a las cosas que otro dice.

Era mentira, sí.
Por eso aquí sigues,
aunque sea ahora en mis recuerdos,
aunque sea todo cierto y me olvides.

Pero es mentira, claro que es mentira,
porque un día me pediste
que te quisiera para siempre
y yo te quise.

Me das el tiempo que te sobra
y yo a ti el tiempo que no existe.
Lo que no es posible lo convierto en verso,
pero a ti demasiadas cosas te parecen imposibles.
Hay cosas que te digo y te da igual no comprenderlas.
Yo investigo si no entiendo lo que dices.
Hay demasiadas cosas que me has hecho aprender de la vida,
debería empezar otra vez a vivir para entender bien cómo vives.
Y aun así dices que no sabes si soy yo lo que buscas
y yo creo que es porque no consigo darte todo lo que pides.
Tal vez si a mí no me sobrara tanto tiempo,
si no supiera que las cosas más bonitas son las que parece que no existen,
si no inventara tantos sentimientos
para entenderme cada vez que estoy triste,
si no quisiera saber tanto de la vida,
si no tratara de creerme siempre todo lo que me dicen.
Tal vez
si volviera a aprender a reírme,
si me parara a pensar por qué te quiero realmente,
si pudiera distinguir lo que necesitas de lo que creo que me pides,
tal vez entonces te faltaría tiempo para darme,
o tal vez yo sabría que no eres tú por la que merece la pena
inventar cosas que no existen.

Para qué hundirnos en lo malo.
Lo que ya pasó, parece tonto decirlo, pero es pasado.
Veámoslo todo desde el lado bueno.
Qué bien que le dio a otro aquel beso.
Así aprendí que no es malo ser joven,
que a esa edad los golpes aún no recuerdan,
sino que responden.
Qué bien que me dejó el corazón destrozado.
Así aprendí que, aunque apetezca,
el amor tampoco se empieza por el tejado.
Qué bien que perdí tanto tiempo pensando en ella.
Así estuve distraído
y no me preocupé de lo triste que sería perderla.

Para qué hundirme, pues, ahora en lo malo.
Para qué pensar si ese «Te quiero» ya lo dijo
con el corazón mirando para otro lado.
Es mejor pensar que todo eso me hizo fuerte
y que por eso ahora puedo aguantar sin sufrir
más de dos días sin verte.
Es mejor pensar que el tiempo invertido
no hizo más que confirmar que, aun muerto,
se puede seguir estando vivo.
Qué bien que su cuerpo fuera tan suave.
Ahora sé que el tuyo lo es más,
ahora sé que lo perfecto es fácilmente superable.
Qué bien que, aun dejándolo yo, fuera yo el perjudicado,
ahora sé que intentar hacerlo bien pero hacerlo mal
no es tan raro.
Qué bien de verdad que me diera tantos palos la vida
así consideré que era normal no ser feliz
en la edad en que serlo era una simple alegoría.

Lo malo es que aún me siento un poco culpable
de haberle hecho perder el tiempo,
de no haberle dado motivos suficientes para amarme.
Aunque, pensándolo bien, si sufrió o sigue sufriendo por mi culpa,
será porque no se ha planteado las cosas como yo nunca.
El día que se las plantee seguro que dirá «Qué bien
que él supo hacerme sufrir
como le hice sufrir yo a él».
Y así los dos, viéndolo todo desde el lado bueno,
seremos por fin verdaderamente felices
aunque no nos olvidemos.

Pareidolias creo que se llaman.
Reconocer, por ejemplo, imágenes en las nubes.
Y se pueden extender a los sonidos.
Que nadie me culpe.
Yo veía en sus palabras
las formas de los sueños que desde pequeño tuve.
Tenían sus manos
la forma de las piezas con las que resolví mi primer complicado puzle.
Todo encajaba.
Hasta cuando no me quería
yo veía en sus ojos formas dulces,
sus pupilas tenían la forma del beso que no sé si me dio
cuando yo sí la besé en aquel, para mí, mágico Burger.
Por eso, tuvo que pasar un buen tiempo,
hasta que por fin lo supe.
Las cosas no duelen cuando pasan,
ilógicamente duelen cuando se descubren.
No me quería.
De pronto se me empezaron a venir encima todos los lunes.

Pareidolias se llamaban.
Esa ingenua manera de mirar las cosas que tuve.
O quizás simplemente fue que me enamoré
de alguien que cambiaba de forma con la lentitud de las nubes.

Por lo menos, desde entonces, antes de ver formas en las cosas
dejo que el tiempo las empuje
y solo esas que no cambian de forma
son a las que miro, porque sé que no confunden.
Y así esta vez sé que sí me han dado el beso,
aunque esta vez me lo hayan dado también un lunes.

No creo que sea que la sigo echando de menos.
Es más bien
la satisfacción de saber
que no todo acabó tan mal como dijimos.

Ese megusta sin venir a cuento…
Yo que la conozco
noté en ello un guiño,
una reconciliación en la distancia,
de esas que no sirven para querer volver,
pero sí para saber que no fue tan malo todo.
Como una reconciliación hacia atrás,
como un juego que se traen nuestros recuerdos entre manos,
al margen de nosotros.

Por eso sentí esa satisfacción,
la satisfacción de saber que ya todo pasó
y que ya por fin no es triste echar de menos.

esas frases que nadie como yo te dirá
José Ángel Buesa

Me pasa con todo.
No solo con el amor.
No es que me moleste el éxito de otros,
es que siento que yo podría hacer lo mismo, pero mejor.

Ese mismo beso te lo habría dado cogiéndote la mano
y haciendo que te retumbara el corazón.

Esa palabra tan bonita
te la habría dicho mucho antes yo
y hasta te habría explicado su origen
y la habría rodeado de versos con mi voz.

Ese anillo… Buah, ese anillo.
Yo te habría dado uno menos caro, pero con más valor.

Y eso es lo que me pasa con todo.
Y no solo con el amor.
Y todo porque no me cabe en la cabeza
que para cada uno es distinto lo mejor.

Que a ti te intimida que te cojan tan pronto de la mano
y te duele cuando te retumba el corazón.

Y no te gusta que te digan que te quieren con poemas
porque al recitar es verdad que cambia un poco la voz.

Que para ti cualquier anillo que él te hubiera dado
a pesar de su precio habría tenido el mismo valor.

Claro que era eso. No le dabas a algunas cosas
la misma importancia que yo.
Y por eso a mí me importó tanto que te fueras con otro
pero a ti no.
Por eso yo sigo siendo uno
y tú eres ahora dos.

Porque tú entendiste que cada uno tiene su manera
de entender lo que es mejor.
Y yo no entendí que no siempre es lo mejor lo que uno quiere,
pero él sí lo entendió.

Ya apagaron las luces de las calles
que paseaban cogidas de mi mano.
Yo sigo paseando a veces solo
buscando algún recuerdo en el asfalto.

Ya apagaron las luces de las calles
el triste amanecer del que ya ha amado,
el triste corazón que añoró un beso
que jamás, en verdad, le habían dado.

Ya apagaron las luces de las calles
por las que yo iba siempre enamorado,
por donde iba pensando que era amor
lo que solo era andar por el asfalto.

Ya apagaron las luces de esas calles…
Ni siquiera sé ya por dónde ando.
Ni siquiera me saben a recuerdos
las lágrimas de ayer que voy pisando.

Si fuera tan fácil hablar como escribir versos,
mis hojas ya habrían volado a tus oídos.
Si fuera tan fácil amar como sentir miedo,
mi amor ya sería temblando tu primer hijo.
La voz es la más triste agotadora de manos,
portavoz de la vergüenza del amor prohibido.
Si fuera tan fácil amarte en tus mejillas,
no olerían tan mal las noches que paso contigo.
Los sueños de mi esperanza son sueños terribles.
Mi amor es así: solo me duermo cuando escribo.
Si fuera tan fácil acostarme en tus pestañas,
no harían mis besos de triste papel su camino.
Van cayendo noches de la pasión de mi alma,
cada vez me quedan menos frases con sentido.
No importa que busque entre mis hojas versos tuyos.
No importa. Los ojos se me caen cuando te miro.
No importa que afine mi voz tu dulce paso.
No importa. La lengua se me seca si suspiro.
Si fuera tan fácil hablar como escribir versos,
sería esta una hoja en blanco y tú el amor mío
y yo la fuente que lanza versos verdaderos
al desnudo pecho de tu mar. Como un río.