Puedo leer un rato. No te preocupes,
te espero.
Al fin y al cabo llevo toda la vida esperando.
Tú avísame cuando estés
y te recojo en la puerta de tu cuarto.
No me importa lo que estés haciendo;
Supongo que te estarás arreglando.
Yo te espero lo que haga falta,
que soy de los que se preparan rápido.
Quizá estés haciendo otra cosa;
puede que sea algo malo.
Pero ¿por qué va a ser malo que hagas lo que quieras?;
¿quién soy yo para quererte tanto?
Lucharé por ti, de eso no hay duda.
Haré todo lo que esté en mi mano.
Pero sabré esperar,
sabré negociar con tu pasado.
Aprenderé a perder
para saber sonreír cuando me mires de lado.
Y te esperaré.
Leeré un rato.
Leeré lo que haga falta.
Y cuando estés, cuando me avises,
parecerá que nunca te he esperado,
que siempre he estado allí, contigo,
porque todo empezará a tu lado.
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Yo lo perdono todo.
Eso no vale.
Y lo peor es que sabes que lo olvido.
Así que no me vengas ahora quejándote
de que me haya ido.
No me voy porque te odie,
me voy porque he aprendido a fingir
que todavía no me has destruido.
Ni siquiera me caes mal;
no me puede caer mal a quien tanto he querido.
Pero me voy.
Ya está decidido.
Sabía que perdonarte siempre
es lo que al final acabaría contigo.
Porque será una tontería, pero no odiar
a veces es el mejor camino
para dejar de querer
y fingir que no hemos querido.
Así de claro, era simplemente
tener paciencia.
Era solo esperar
Y no, como yo, tratar al tiempo con violencia.
No era que quisiera mal,
que fuera torpe, que no valiera,
era solo hacer lo mismo,
pero dejando noches entre medias.
Así de claro.
Era tener paciencia,
como al fin y al cabo he aprendido a tener en todo,
como la vida me ha obligado en otras cosas a tenerla.
Era esperar
a que pudiera entenderme, pero cuando ya me conociera,
a no querer que comprendiera al instante mi vida
cuando yo llevo una vida intentando comprenderla.
Ahora que ya me conoce
y es más lista que yo, o al menos no tan terca,
sabrá cómo mantenerme feliz
cuando yo empuje hacia abajo para que se me desborde la tristeza.
Sabrá cuándo debo hacerlo todo
sin que por ello mis decisiones dejen de ser buenas,
sabrá cómo hacerme aprovechar mis talentos
porque solo ella ha conseguido que entienda la paciencia.
Ahora que me conoce,
ahora que por fin me conoce alguien desde fuera,
siento como si empezara a tener
posibilidades nuevas,
como cuando se gana algún objeto en un juego
y se le da la vuelta a la partida entera,
y se pueden explorar nuevas pantallas,
y se puede abrir por fin aquella puerta.
Ahora ya me conoce.
Es la primera vez que alguien escucha los sonidos
del principio de mi lengua,
los que siempre he conseguido frenar
antes de que alguien pudiera escuchar más de la cuenta.
Ahora por fin alguien sabe de verdad cómo guiarme.
Por fin alguien sabrá expresar
lo que yo ya no puedo con las pocas palabras que me quedan.
Ella sabrá cómo usar las palabras
que yo deseché porque no sabía cómo unirlas para que no mintieran.
Ahora que me conoce
miro por fin de frente a la vida entera
y me pongo chulo como cuando era pequeño,
ahora que sé que si la vida me hace algo
puedo chivarme de todo a ella.
Ahora ya me conoce
y puede explicarme por qué a veces no gustan mis cosas buenas,
puede explicarme cómo soy,
igual que como yo lo hago,
pero mirándome desde fuera.
Parece raro, pero es más difícil
cargar con una vida que con dos.
El amor tiene estas leyes
para las que solo la poesía ha dado a veces una explicación.
Luego se ven esas parejas
para las que es tan sencillo el amor
y uno piensa qué hace mal,
por qué en algo tan bueno no le sirve de nada buscar siempre lo mejor,
por qué le atrae esforzarse tanto,
incluso sabiendo que aquí es más fácil meter la pata por exceso de ilusión,
por qué la vida le enseña reglas a uno
que luego se dan la vuelta cuando uno se convierte en dos,
y justo cuando uno empieza a creer que entiende esas reglas
empieza a ver que la otra persona no las cumple
el corazón.
Y se queja y protesta y se resiente
y, aunque uno intenta esconder sus gritos bajo el dolor,
no se puede y al final cae todo
cuando dormirse triste era ya una feliz señal
de que se iba en la buena dirección.
Es entonces cuando uno se da cuenta
de que haberlo dado todo no ha sido al final lo peor,
que lo malo viene ahora cuando ya sin fuerzas
inesperadamente cuesta más cargar con una vida que con dos,
como si pesara el vacío,
como si los recuerdos se nos fueran agarrando al pantalón,
como si no ser queridos
fuera menos malo que ir dejando atrás el dolor,
como si un sí, da igual de qué manera,
pesara siempre mucho menos que un no,
como si fuera verdad que el olvido al fin y al cabo
es una carga más pesada que la decepción.
Pero no tengas miedo
de ser lo que siempre has sido sola
conmigo.
Yo soy yo.
Nadie me ha tenido nunca miedo.
Sé tú misma,
que yo casi nunca me enamoro solo de lo que veo.
No tengas miedo de enfadarte conmigo por la mañana,
de quejarte si no te entiendo,
de protestar encima de que voy a buscarte al fin del mundo
porque vengo algo nervioso y con un poco de mareo.
Sé tú misma.
No tengas miedo,
que no solo quiero que me quieras y me admires,
lo quiero todo de ti, quiero también que me odies sin motivo,
que de repente sin saber por qué
no quieras que volvamos a vernos.
Quiero que explores todas las partes de ti,
que recorras todos los rincones de tu cuerpo.
Lo quiero todo de ti,
quiero que den su opinión todos tus sentimientos.
Y así cuando me quieras
no me importará que hable mal de mí uno de ellos.
Y así cuando me odies
sabré a cuál acudir para que no nos enfademos.
Por eso, conmigo sé tú misma,
ponte de mal humor sin miedo,
que yo sabré a qué hacer caso cada vez,
encontraré el mejor camino para que sepas que te quiero.
Saca lo peor de ti,
si eso harías si no estuviera yo en medio.
Atraviésame con la mirada,
que ya encontraré yo una manera
de abrazarte sin cuerpo.
Puedes hacer dos cosas a la vez.
Muy bien, pero no las hagas.
Ahora solo estate junto a mí un ratito,
que de vez en cuando a mí también se me acaba la esperanza.
Dime que me quieres, pero dilo
como cuando no sabías de lo que hablabas,
dilo con aquellas ganas de futuro
que te hacían a veces meter la pata.
Antes también podías hacer dos cosas a la vez,
cogerme de la mano a la vez que me mirabas.
Ya sé que ahora no podemos estar tanto tiempo juntos,
pero eso no implica que separarse haga falta.
Si puedes hacer dos cosas a la vez,
¿por qué no estás aquí mientras no estás, en esas noches tan raras?
Es verdad que ya lo sabíamos
cuando los recuerdos nos tiraban de la camisa por detrás y nos frenaban.
Es verdad que la vida algunas veces venía con nosotros
para recordarnos que la tendríamos luego siempre entre las sábanas.
Por eso ahora no debería quejarme
de lo que ya sabía antes de que todo empezara,
pero es que me enamoré de ti
porque tú siempre tenías un «ya verás» en la manga.
Y ahora sé que me quieres más que entonces,
pero a veces las dudas y el amor parecen ir en dirección contraria.
Por eso necesito que sean otra vez para mí
las dos cosas a la vez que hagas.
Que no te baste solo con quererme tanto,
que también finjas un momento que la vida no te importa nada,
aunque sea solo en estos momentos tan tontos
en los que, cuando menos motivos tengo, más pierdo la esperanza.
Así, como entonces, me dirás mientras me quieres
«Ya verás como todo lo malo pasa»,
«ya verás como quererse podrá con todo»,
aunque el amor te siga recordando que hay cosas que se acaban.
Y después me abrazarás mientras me quieres
y yo sentiré de nuevo que abrazar no implica que alguien se vaya.
Y así podremos volver a atender la vida,
que ya miraba el reloj algo enfadada.
Tú me has hecho ser lo que siempre he querido ser
pero no sabía cómo.
No era decir cosas distintas,
era decir lo mismo, pero de distinto modo.
No era olvidar todos mis sueños,
era saber soñar también con los ojos.
Podía ser como siempre había querido:
bastaba con no sentirme más solo,
bastaba con que dejara de pensar cosas malas
yo que siempre encuentro maneras de tener la razón en todo.
Me enseñaste a partir la vida
porque es más fácil de manejar en trozos.
Me enseñaste que es más fácil ordenarla
por objetivos que por sueños rotos.
Me has hecho ser lo que siempre he querido ser
sin cambiarme, dejándome que me diera cuenta solo,
queriéndome simplemente
porque el que se siente querido puede siempre con todo.
Tenía las herramientas y las esperanzas para ser feliz,
pero faltaba que llegaras tú
y que creer en mí me enseñara cómo.
Y así me enseñaste que bastaba con mi corazón para ser feliz,
que no hacía falta otro.
Y así ahora soy quien siempre he querido ser,
así por fin he comprendido que siempre lo he tenido todo,
que solo me faltabas tú,
que me faltabas tú solo.
Me la encontré de día,
pero olía a noche.
No sé si a la noche en la que intentó besarme
o aquella en la que estropeé su nombre.
Olía a noche.
Pues sí se podía estar un año sin ella
y muchos años más sin él.
Pero o pienso que todo está ya establecido
o me da rabia pensar todo lo que la muerte me ha hecho perder.
Todo se supera;
la vida sigue avanzando más rápido cada vez.
Y ya no es la impotencia de la ausencia,
es el enfado de haber gastado un año más aprendiendo a perder.
No es que se hayan ido.
No es que ya no estén.
Es que cuando estaban, porque estaban,
la vida estaba bien.
Todo parecía completo
y sonaba muy distinto preguntar por qué.
Ahora aquello ya está lejos.
La vida, como siempre, se ha adaptado bien,
como una esponja espachurrada en la mano
que al soltarla vuelve a crecer.
Tú a tu ritmo, yo al tuyo.
No puedo despegarme de ti.
Sigue corriendo, yo te sigo.
Salgamos juntos ya de aquí.
Yo a tu ritmo, tú al tuyo.
No sé lo que entendía antes por vivir.
No darte las buenas noches
era una de esas cosas raras que se me solían ocurrir.
Tú a mi ritmo, que es el tuyo.
¿Cómo puedes estar tan enamorada de mí?
Si yo creía que esas cosas solo me pasaban
a mí cuando te conocí a ti.
Tú a tu ritmo, yo te sigo.
Tranquila, que no me despego de ti.
No soy tan tonto de dejar alejarse
a mi razón de vivir.
Yo a mi ritmo, tú me sigues.
Los dos estábamos hechos para coincidir.
Bastó que se cruzaran nuestras miradas.
No hizo falta ni que dijeras que sí.
Tú a tu ritmo, yo al tuyo.
Seguirte a ti es que tú me sigas a mí.
Nuestro ritmo es exactamente el mismo,
igual que nuestra forma de existir.